18 abr. 2024

La escuela de “líderes verdes” en Bali que soñó el joyero John Hardy

Ubud (Indonesia), 19 oct (EFE).- Imágenes como la del Monte Kilimanjaro, la cordillera del Himalaya o los Alpes derritiéndose incitaron al joyero canadiense John Hardy a intentar mejorar el mundo con una “escuela verde” en la isla indonesia de Bali, un proyecto que prevé llevar también a México.

Fotografía facilitada del centro Green School en Bali (Indonesia). EFE

Fotografía facilitada del centro Green School en Bali (Indonesia). EFE

Fue “Una verdad incómoda”, el documental ecologista que el exvicepresidente estadounidense Al Gore estrenó en 2006, lo que le sirvió de inspiración para construir una escuela de bambú y sin paredes en la jungla balinesa.

Hardy quiere “formar a niños que sean diferentes” y que, tal vez, se conviertan en los próximos “líderes verdes” que generen un cambio de paradigma en un mundo en el que “la gente trabaja para que todo esté perfecto, pero no presta atención a los verdaderos problemas”, explicó en una reciente entrevista con Efe en el centro educativo, cerca de la localidad de Ubud, en el centro de la isla.

Tras años educando en casa a sus hijos, el excéntrico joyero decidió crear una escuela en la que “creyera” y a la que “le hubiera gustado asistir”. En 2008 abrió sus puertas Green School en medio de la jungla indonesia y con tan solo 90 estudiantes.

Todos los edificios del complejo -excepto en el que tienen lugar las clases de yoga- son de bambú. En total se han empleado 7 kilómetros de esa gramínea “más resistente que el acero”, dice Hardy orgulloso de su peculiar colegio, construido de forma que si todos abandonaran de pronto el lugar “no causarían ningún tipo de impacto medioambiental”.

Los ya más de 400 estudiantes -de 33 países diferentes pero manteniendo un 9 % de origen local- no llevan zapatos y se sientan en el suelo en unas aulas sin paredes, para recibir una “educación holística” que se divide en cuatro secciones: intelectual, socio-emocional, creativa y física.

Un ambiente que, según el fundador del centro, les ha permitido “romper con roles tradicionales” y en el que “no solo se estudia verde, sino que también se vive verde”, un estilo integral de aprendizaje que, a su juicio, “cambia a la gente”.

Los estudiantes, además del currículum tradicional que más tarde les permitirá acceder a universidades oficiales, se graduan con los proyectos que han concebido y materializado en su viaje interior para convertirse en líderes de la sostenibilidad.

Algunos de ellos se han llevado a la práctica en la isla, como la creación de los “Bio Buses”, que reutilizan el aceite de las cocinas para transportar a estudiantes y personal de la escuela, o “Bye Bye Plastic Bags”, que pretende eliminar las bolsas de plástico.

Indonesia, con cerca de 250 millones de habitantes, es responsable -junto a China, Filipinas, Tailandia y Vietnam- del 60 % del plástico que se arroja a los océanos y amenaza los ecosistemas marinos, según un informe publicado el pasado marzo en la revista “Science”.

Green School dispone también de un sistema de compost, está equipada con 87 placas solares que generan el 30 % de la energía que se consume en el recinto, cuenta con una piscina de agua natural y pronto tendrá en funcionamiento una turbina para generar electricidad, aprovechando un salto de 2 metros del río local.

Además, el centro recurre en sus cultivos a la permacultura, un sistema de respeto extremo a la naturaleza que, junto a granjas orgánicas locales, proven a la escuela con 550 raciones de comidas al día.

Del centro, que cobra de matrícula entre 10.500 y 14.300 euros y acepta a jóvenes comprendidos entre los 3 y los 18 años, ya ha salido la primera hornada de 40 chicos a los que se conoce como “changemakers” (personas que producen cambios, en inglés), bien para integrarse en el mundo laboral o bien para formarse en universidades.

Tal es su satisfacción que Hardy ha decidido “comenzar una nueva aventura en el continente americano”, con un proyecto de escuela verde que pretende desarrollar en Tulum, célebre por sus ruinas arqueológicas mayas, en el sureste de México.

Entre los edificios espirales de bambú del centro, que pronto se desdoblará en otra escuela a unos 16.000 kilómetros, la guinda esotérica la pone un descomunal cristal que el joyero adquirió en Brasil y que colocó en el colegio como “centro de energía”.

“Es el cuarzo más grande que jamás he visto”, comenta Hardy sobre un mineral al que niños y adultos acuden para meditar.

Ana González

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