A nivel mundial estamos pasando por un extraordinario crecimiento del proceso de urbanización. Y se estima que para el año 2030, el 60% de la población mundial estará viviendo en ciudades. En Latinoamérica, el proceso es incluso mucho más acelerado, y se llegará a casi 80% de la población viviendo en las ciudades.
Nuestro país ha tenido tradicionalmente una gran población rural, pero tampoco ha escapado de este fenómeno y hoy se estima que alrededor del 60% ya es población urbana en el Paraguay. En fin, se trata de una situación que se irá profundizando, lo cual implica la necesidad de desarrollar de manera sostenida capacidades para aprovechar las oportunidades que se generan en las urbes, como así también enfrentar adecuadamente las amenazas que son muchas y variadas.
Las ciudades –por su lógica de mayor densificación, diversidad y atractividad– tienen un alto potencial para acelerar el crecimiento económico y social, promover el asociativismo, las redes de cooperación, la creatividad, la mayor productividad y eficiencia en el uso de recursos, entre varias otras ventajas.
Sin embargo, el crecimiento acelerado y explosivo ha generado problemas estructurales muy serios, como el aumento de la inseguridad, el deterioro ambiental, la congestión y el déficit de infraestructura adecuada a las nuevas realidades.
Tomando como ejemplo a Asunción, la capital y centro neurálgico de nuestro país, vemos que esta ha pasado por un proceso de transformación profunda en la última década, coincidente con el superciclo de la economía paraguaya en el mismo periodo. Tuvimos un boom en el sector inmobiliario y construcciones, gastronómico, comercial, de servicios, solo por citar los principales.
Estamos asistiendo a una nueva generación de emprendedores en muchos campos que se animan a invertir, que han visto oportunidades fantásticas, que son optimistas y tienen expectativas positivas mirando el futuro.
No obstante, el sector público y, particularmente, aquel que por su propia naturaleza se encuentra mucho más cercano al ciudadano, es decir, las municipalidades, no han acompañado a la misma velocidad este proceso de transformación de nuestras sociedades urbanas.
Tenemos un déficit verdaderamente enorme en la gestión pública municipal, en general en casi todo el país, y la falta de planificación para el desarrollo urbano está generando unos cuellos de botella asfixiantes al crecimiento.
El tamaño relativamente pequeño de nuestras ciudades en Paraguay, debería permitirnos un mayor margen de posibilidades para enfrentar varios de los problemas centrales a los cuales hacía referencia.
Pero para ello necesitamos mejorar ostensiblemente la calidad de nuestras autoridades municipales.
Esta nueva complejidad en la gestión de algo tan vital e importante como las ciudades es a lo que nos enfrentamos cuando elegimos a nuestras autoridades municipales.
Más que nunca nuestras ciudades necesitan intendentes y concejales que sean mejores y eficientes gestores, tanto en lo político para generar consensos, acuerdos y apoyos adecuados, como así también en lo programático para planificar mejor y, por sobre todo, en lo operativo para hacer que las cosas se realicen.
Pero claro, este complejo proceso de mejora continua de nuestras ciudades es una tarea compartida entre todos y los ciudadanos debemos asumir nuestras obligaciones, así como demandamos nuestros derechos.
No podemos ser solamente habitantes de nuestras ciudades, sino verdaderos ciudadanos. Luego de estas últimas elecciones municipales, queda el agradable sabor de que vamos aprendiendo como sociedad a asumir el poder del voto, ya sea para premiar o castigar una mala o buena gestión. La exigibilidad ciudadana es un factor clave para la cualificación continua de la democracia.