Cuando hace varios meses se tomaron determinadas decisiones políticas y se empezó a instalar el tema de la enmienda como mecanismo para la búsqueda de la reelección, se presagiaba un camino complicado para el país, aunque no sabíamos hasta dónde podría llegar todo esto.
Hoy la crisis está profundamente instalada y estamos en el medio de una situación que pone en peligro muchos de los logros que fuimos consiguiendo como sociedad en los últimos años.
Es cierto, situaciones de crisis similares las hemos vivido en nuestro país en algunas ocasiones desde la vuelta de la democracia y en todos los casos han quedado secuelas profundas que se van acumulando en nuestro propio inconsciente colectivo.
Existen al menos dos situaciones graves que se generan en el medio de estas crisis: el debilitamiento institucional y el resquebrajamiento del tejido social.
Las instituciones son esenciales para el desarrollo y existe una inmensa literatura al respecto. Vale decir, es algo que el mundo ha aprendido a través de los siglos.
El fortalecimiento de las instituciones es un proceso lento, trabajoso y progresivo que implica el respeto de las reglas de juego establecidas y necesita construir confianza y previsibilidad para su buen desempeño.
En el corto plazo se pueden dar situaciones de mayor o menor crecimiento en cualquier país, pero en el largo plazo el desarrollo solo es posible con instituciones consolidadas.
Por otro lado, también estamos viviendo de vuelta en esta crisis esa horrible situación de división social.
No se trata simplemente de estar o no de acuerdo con ciertos y determinados planteamientos, lo cual sería algo perfectamente normal en democracia, sino el tipo de comportamiento que intenta separar a la sociedad entre buenos y malos, desde una visión polarizante y excluyente.
Cualquier opinión que alguien pueda emitir, puede ubicarte entre los salvadores o destructores de la patria, los discursos se cargan de adjetivos descalificadores, se empiezan a afectar todo tipo de relaciones y la violencia emerge con fuerza.
En definitiva, la sociedad empieza a profundizar sus aspectos de división antes que de integración. Otro elemento absolutamente disfuncional para cualquier proceso de desarrollo.
A esta situación hemos llegado de vuelta. Y queda claro que actualmente toda decisión de política social o económica estará totalmente condicionada por este tema de la enmienda que ha instalado la crisis.
¿Pero cómo salimos de esta?
El primer reclamo que emerge desde los diferentes sectores es retomar el diálogo político al más alto nivel de manera de encontrar vías de solución. Incluso, el Santo Padre lo ha solicitado desde el Vaticano.
Solo que los últimos acontecimientos y las propias posiciones de los principales actores políticos han minado la posibilidad de diálogos productivos y parece que ese camino se dirige al fracaso.
El problema es que si la política no logra resolver estas cuestiones de crisis profunda con los métodos democráticos del diálogo, la negociación, la cesión, entre otros, entonces todo se traslada de vuelta a las calles, en donde ante el alto grado de polarización las cosas pueden resultar muy mal.
En definitiva, hemos llegado a un punto en donde ya no se trata únicamente de ver si cuál grupo de abogados respetados tiene razón con respecto a la constitucionalidad o no de la enmienda, si se podía modificar el reglamento de la Cámara de Senadores en la forma en que se hizo o no, o si la enmienda es un método más democrático que la reforma. El tema de la modificación de las reglas de juego establecidas en relación con la posibilidad de la reelección está dividiendo profundamente a la sociedad paraguaya y esto hay que pararlo, dejando su definición para el siguiente periodo.
Finalmente, esto está en manos de muy pocos actores políticos y sería deseable que tomen una decisión que no profundice aún más la crisis instalada.
No podemos predecir las consecuencias, pero pueden ser realmente muy negativas y no hay que subestimarlas.