19 abr. 2024

La cosa

Alfredo Boccia Paz - galiboc@tigo.com.py

No permitiré que la cosa se apodere también de esta columna. Ya se adueñó de las conversaciones, los pensamientos y los escritos de mucha gente. Resistiré. Soy capaz de hacerlo, me tengo mucha fe. Sé también que recaeré muy pronto, pero por lo menos durante la Semana Santa elevaré la mira de mis comentarios y la ignoraré. La cosa nos hace olvidar otros temas intrigantes y cautivadores que también suceden frente a nuestros ojos. Como el grillo topo, pobrecito. ¿Se ha fijado usted que este infeliz insecto masticador ha desaparecido de las noticias? No se sabe nada de él. Hasta hace unos años era la estrella de las plagas de los patios. Era un bicho feo, sin dudas, pero imbatible. Nadie podía contra este ortóptero contumaz que desesperaba a los jardineros, que ensayaban con mayor o menor rigor científico distintas mezclas, venenos y remedios, sin que nada pudiera evitar que el insecto insurrecto destruyera el más primoroso de los empastados.

Indestructible, el grillo topo. Agrónomos y botánicos estudiaron infructuosamente su complicado sistema de cámaras y galerías subterráneas sin poder impedir que raíces, bulbos y tubérculos de huertas y jardines sean devorados por su glotonería nocturna. A la mañana siguiente aparecían las consecuencias del ataque: zonas amarillentas, manchones de pasto ralo y una horrible alopecia vegetal. Una búsqueda más detenida evidenciaba agujeros en el suelo y pequeñas montañitas de tierra. El grillo topo llegó a tener una gran notoriedad. Imperaba respeto. Sin embargo, un día, simplemente desapareció. Al comienzo nadie notó su ausencia. Con el tiempo, hubo quien preguntara ¿Qué le pasó? ¿Se extinguió? ¿Pasó de moda? ¿Fue víctima de una operación de prensa? Aunque su popularidad no era de las mejores, merecía alguna investigación. Pero no tuvimos tiempo de ocuparnos del grillo topo porque debíamos hablar de la cosa.

Y eso que el bicho fue importante. Llegó a preocupar a la APF cuando llenó de agujeros el campo del Defensores del Chaco, poco antes de una eliminatoria. Claro, sus montañitas producían irregularidades en el césped, lo que hacía que la pelota no pique bien y los jugadores se desconcentren. Es que ahora solo sabemos jugar al fútbol si el terreno es perfecto. Un montículo inesperado deprime al atleta de hoy en día. La cancha pesada, el pasto alto, impiden un buen volumen de juego. Una cancha con grillos topos sería una barbaridad. ¡Pavadas!

En las canchas de antes forjábamos nuestro carácter no solo esquivando las patadas del cavernícola que fungía de back centro rival, sino también las raíces, troncos y takurú ocultos entre los yuyos de la zona del córner. Los chicos de ahora juegan en pistas sintéticas, asépticas y previsibles. Por eso el fútbol paraguayo está como está. Le falta volver a los potreros, a las viriles canchitas de barrio, donde hasta los grillos topos tenían miedo de mostrar la nariz, aunque no les serviría de nada porque lo que menos había allí era pasto, que, como se dijo es un elemento esencial de su dieta. Lo logré. Llegué a 40 líneas y más de 500 palabras sin mencionar a la enmienda.

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