Más tarde se diferencia por su espiga más delgada y su fruto menudo; se distingue, sobre todo, porque la cizaña no solo es estéril, sino que además, mezclada con harina buena, contamina el pan y es perjudicial para el hombre.
Los Santos Padres han visto en la cizaña una imagen de la mala doctrina, del error, que, sobre todo al principio, se puede confundir con la verdad misma, porque es propio del demonio mezclar el error con la verdad y difícilmente se distinguen; pero, después, el error siempre produce consecuencias catastróficas en el pueblo de Dios.
La parábola no ha perdido nada de actualidad: muchos cristianos se han dormido y han permitido que el enemigo sembrara la mala semilla en la más completa impunidad. Han surgido errores sobre casi todas las verdades de la fe y de la moral.
Muchos estragos han producido el error y la ignorancia. El profeta Oseas, mirando a su pueblo y viéndolo lejos de la felicidad para la que estaba llamado, escribió: “Languidece mi pueblo por falta de conocimiento”.
El enemigo de Dios y de las almas ha utilizado todos los medios humanos posibles.
Así vemos cómo se desfiguran unas noticias, cómo se silencian otras, cómo se propagan ideas demoledoras sobre el matrimonio a través de seriales de televisión de gran alcance, o tratan de ridiculizar el valor de la castidad y del celibato, se propugna el aborto o la eutanasia, o se siembra la desconfianza ante los sacramentos y se da una idea pagana de la vida, como si Cristo no hubiera venido a redimirnos y a recordarnos que nos espera el Cielo. Y esto con una constancia y un empeño increíbles.
El enemigo no descansa.
La abundancia de cizaña solo puede contrarrestarse con mayor abundancia aun de buena doctrina: vencer al mal con el bien, con ejemplo de vida y coherencia de conducta, que es naturalidad. El Señor nos llama a buscar la santidad en medio del mundo, en el cumplimiento de los deberes ordinarios, y esta llamada reclama de nosotros una presencia activa en las realidades humanas nobles que de alguna manera nos atañen.
El papa Francisco, en una de sus homilías, dijo: “El cristiano no es un bautizado que recibe el bautismo y luego va adelante por su camino. El primer fruto del bautismo es hacerte pertenecer a la Iglesia, al pueblo de Dios. Una persona que no es humilde, no puede sentir con la Iglesia, sentirá lo que a ella le gusta, lo que a él le gusta. Y esta humildad que se ve en David”.
“¿Quién soy yo, Señor Dios, y qué cosa es mi casa?”. Con esa conciencia de que la historia de salvación no comenzó conmigo y no terminará cuando yo muera. No, es toda una historia de salvación: yo vengo, el Señor te toma, te hace ir adelante y después te llama, y la historia continúa. La historia de la Iglesia comenzó antes de nosotros y seguirá después de nosotros. Humildad: somos una pequeña parte de un gran pueblo, que va sobre el camino del Señor fidelidad a la Iglesia, fidelidad a su enseñanza, fidelidad al Credo, fidelidad a la doctrina, mantener esta doctrina.
Humildad y fidelidad. También Pablo VI nos recordaba que nosotros recibimos el mensaje del Evangelio como un don y debemos transmitirlo como un don, pero no como una cosa nuestra: es un don recibido que damos. Y en esta transmisión ser fieles. Porque nosotros hemos recibido y debemos dar un Evangelio que no es nuestro, que es de Jesús, y no debemos –decía él– convertirnos en propietarios del Evangelio, propietarios de la doctrina recibida, para utilizarla a nuestro gusto [...].
¿Cómo va nuestra oración por la Iglesia? [...] ¿Rezamos por la Iglesia? ¿En la misa todos los días, pero en nuestra casa, no? ¿Cuándo hacemos nuestras oraciones?”
(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal, y http://yorezoxelpapa.wordpress.com/francisco-desde-santa-marta/ enero-de-2014/)