El país era una fiesta.
Una explosión de colores, bullicio y algarabía motivada por una multitud ávida de participar en la celebración de los 200 años de Independencia de nuestro país llenó las calles del microcentro, en las horas previas a la fecha del aniversario.
Cada esquina de la ciudad era una fiesta montada por la misma ciudadanía. Niños, jóvenes y familias enteras, vistiendo remeras albirrojas, banderas paraguayas, rostros pintados, zancos e incluso con disfraces de payaso, dieron el color festivo.
Los festejos por los 200 años de Independencia del Paraguay, como ocurriera en otros acontecimientos que dejaron su huella indeleble, encontraron a un pueblo que se abrazó, bailó y cantó, ignorando banderías políticas o diferencia de clases.
Similar alegría se vivió en épocas anteriores, donde a modo de ejemplo se puede citar el derrocamiento la dictadura stronista, la conquista de la selección nacional cuando lograra su pasaporte a un mundial o el triunfo de la civilidad en el Marzo paraguayo.
Niños, jóvenes y personas de la tercera edad se vieron de pronto unidos por un solo sentimiento: el de honrar a la Patria en el marco de una recordación única en el siglo, copando las plazas, las veredas y cuanto espacio público hallaron a su paso.
El Panteón Nacional de los Héroes fue uno de los sitios elegidos para la concentración masiva de gente, donde reposan los restos de importantes personajes que hicieron posible nuestra existencia como nación.
Entre ellos se encuentran el primer presidente, don Carlos Antonio López, el mariscal Francisco Solano López, el mariscal José Félix Estigarribia, Bernardino Caballero y el Soldado Desconocido.
El huésped más reciente de este mausoleo es Eligio Ayala, considerado el presidente de la República más honesto que pasara por el Gobierno nacional.
MERCADO GUASU. Con el objetivo de recrear la forma en que nuestros mayores se reunían para compartir tradiciones y costumbres, en lo que antes era conocido como Mercado Guasu, el grupo Bochin Teatro Clown organizó diversos eventos en diferentes plazas del centro, donde interactuó con un público entusiasta.
La gente tuvo la oportunidad de saltar a la cuerda, hacer girar el trompo, jugar balita-balita o participar de una procesión que a modo de túnel del tiempo transitó por todas las épocas desde la llegada de los españoles hasta nuestros días.
Hasta se lo vio al ministro de Cultura jugando con la gente. La nota negativa en este caso estuvo marcada por la falta de visión de la Municipalidad que no clausuró al tráfico automotor la calle Palma.
Esta situación expuso a la multitud a sufrir algún tipo de accidente, ya que la misma rebasaba por completo las aceras y debía marchar en medio de máquinas que pasaban por el lugar a gran velocidad.