No da gusto vivir en lugares poco luminosos, inseguros, con caminos y transporte en mal estado, con escuelas precarias, centros de salud decaídos y los sitios de trabajo muy alejados... Lo raro es que ¡tanta gente quiera servir a sus conciudadanos para administrar tremenda maraña de problemas! Y la pelea por el control... perdón, por el servicio de gobierno es a muerte.
¿De dónde sale tanta gente que como “María Cristina” nos “quiere gobernar”?
Evidentemente, la ciudad crece, pero los ciudadanos estamos en peligro de decrecer en representatividad, debido a una serie de factores.
El primero, no sé si es por el calor intenso o rutina, el de vivir adormecidos. Indolentes. “Sobreviviendo” como canta Heredia. Mal, anestesiados no podemos crear, producir ni disfrutar de verdad de la vida. Japáyke.
El segundo, la tremenda desconfianza. No digo que no seamos críticos. No hace falta estudiar un posgrado para reconocer la falta de honestidad de muchos que nos gobiernan y dirigen, guiados por simples caprichos e intereses de poder.
Pongamos en acción el sentido común y retomemos 3 o 4 puntos básicos de mutuo acuerdo.
Tercero, el drama de la familia. Sí, para formar vecindad, primero hace falta formar familia. ¿Dónde aprender civismo, si no? ¿En la escuela? Error. Allí todo lo relacionado a valores se complementa y profundiza, con suerte, pero el inicio, la raíz y su savia nutricional está en el hogar. Claro, no un dormitorio cohabitado por seres autoconstruidos, sino grupo compacto, organizado en torno al bien del resto, donde el otro es motivo de seguridad, respeto y cariño; donde la realidad se forja desde la positividad de saberse acogidos, aceptados, acompañados.
¿Queremos que la ciudad florezca y se ilumine? Incluyamos programas serios en favor de las familias del barrio en los proyectos de servicio. Así nomás es.
Cuarto, pérdida de sentido del bien común. ¿Qué son las plazas sucias o las veredas en mal estado, sino signos de un deterioro profundo de nuestro sentido de pertenencia comunitario?
Quinto, ese buen humor que genera clima social aceptable. Aquella característica cultural tan nuestra que se diluye en estas ciudades de nadie. La capacidad de reírnos un poco, de captar la ironía de las cosas pasajeras y de ceder en algo para ganar en armonía. Hace falta despojarse de esa obsesión por la autonomía extrema y el éxito a toda costa. Gente sencilla, no tonta, ciudadanos menos manipulables.
Como ven, casi nada de esto es electoralista, pero sí ciudadano y “municipal”.
Ñapensamína.