ITURBE, GUAIRÁ
"—¡Azucá..., azucá morotî! ¡Iporã itepa! —clamaron al unísono en voz baja. Algunos tenían húmedos los ojos. Tal vez era el reflejo del azúcar. Lo sentían dulce en los labios pero amargo en los ojos, donde volvía a ser jugo de lagrimales, arena dulce empapada en lágrimas amargas...”.
(Augusto Roa Bastos, El trueno entre las hojas).
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Parece un cuento o una novela de ficción, pero es la cruda realidad...
Carmelo Rodas, ex dirigente del sindicato de trabajadores de Azucarera Iturbe, perdió su brazo izquierdo cuando el trapiche que trituraba la caña dulce le agarró la mano en un descuido y lo dejó mutilado para siempre, una trágica mañana de agosto de 1974.
Por Andrés Colmán Gutiérrez y Jorge Galeano
Aun sin brazo, Carmelo siguió trabajando, ya no como operador de máquina, sino como portero, hasta que intentó jubilarse luego de 33 años de servicios en la empresa, pero encontró que sus empleadores solo habían pagado al Instituto de Previsión Social (IPS) lo equivalente a 22 años, a pesar de que a él le habían descontado religiosamente el porcentaje requerido de su salario mensual.
“Al final tuve que pagar yo el aporte faltante y ahora cobro apenas 614.000 guaraníes al mes, a pesar del grave accidente que tuve. Yo siento que estos empresarios no solo me robaron el brazo, sino también me robaron mis derechos de trabajador y parte de mi vida”, dice Carmelo, sentado en el patio de su humilde vivienda, en Iturbe.
FIN DE UNA ERA. La historia de Iturbe, el pueblo guaireño en el que vivió su infancia el gran escritor Augusto Roa Bastos y que se refleja en su obra literaria, está estrechamente ligada a la historia del ingenio azucarero que durante casi un siglo fue el pulmón económico de toda la región.
“La historia de este pueblo es también la historia misma de la industria azucarera. Aquí todo ha girado siempre en torno a este ingenio y durante casi un siglo hubo prosperidad, a pesar de que también hubo muchas denuncias de abusos contra los trabajadores. Pero ahora, por la mala administración de los actuales dueños, estalló la crisis y nos está arrastrando a todos”, explica el intendente municipal de Iturbe, Darío Cabral.
El bucólico paisaje cotidiano de Iturbe hoy muestra la desolación causada por la crisis: Almacenes, despensas y pequeños negocios que debieron cerrar sus puertas, con millonarias deudas, porque los obreros no pueden saldar sus cuentas. Cerca de 500 trabajadores que quedaron cesantes y hoy deambulan por las calles buscando changas para ganar el sustento de sus familias. Productores de caña de azúcar con sus cultivos que no tienen colocación posible.
NO PASAR. “No somos solo los obreros los que quedamos sin trabajo, sino es todo el pueblo el que está agonizando, porque aquí no hay otra fuente de vida”, dice Wilmar Benítez, secretario general del Sindicato de Trabajadores de Azucarera Iturbe (Sitraisa), parado frente al portón cerrado de la fábrica en silencio.
En un principio, gracias a la gestión del intendente Darío Cabral, los directivos de la empresa habían accedido a permitir que los enviados de Última Hora y Telefuturo ingresemos a recorrer la planta fabril, pero luego vino una nueva orden y los guardias cerraron el portón. “Tenemos instrucciones de los dueños, de que nadie entre”, explicaron.
Los actuales directivos de la empresa, Fernando Campos Riera y Emma Codas Friedmann, tampoco respondieron a los pedidos de entrevistas con los periodistas, pero desde el exterior se pudo apreciar una intensa actividad, con la presencia de los tasadores enviados por el Banco Familiar, ente administrador fiduciario, que pudieron ingresar con un recurso de amparo judicial a evaluar los bienes, con miras a una posible subasta.
ABANDONADO. Entre los muchos casos relatados por los obreros cesantes, uno de los más dramáticos es el de Amado Alfonso, quien asegura haber trabajado como chofer para la empresa azucarera durante 19 años, hasta que contrajo una enfermedad grave, el lupus eritematoso sistémico, y le pidieron que ya no vaya más a trabajar.
“Me dieron mis vacaciones y luego me dijeron que yo ya no era un empleado permanente, solo un zafrero, que podía trabajar en cada zafra. Dejaron de pagarme mi sueldo y cuando fui para hacerme atender de mi enfermedad en el IPS, encontré que de mis 13 años de trabajo solo habían pagado por 4 años, a pesar de que me descontaban mensualmente durante todo el tiempo. Me robaron y me dejaron abandonado, sin derecho a atención médica, ni jubilación”, explica Alfonso.
Actualmente, el ex empleado de la azucarera sobrevive gracias a la caridad de sus propios ex compañeros de trabajo y de otros vecinos, que aún en medio de la pobreza ante la crisis provocada por el cierre de la fábrica y las deudas sin pagar, siguen realizando colecta para comprarle sus medicinas y poder ir a sus controles médicos.
“Son casos que cuando le contamos a la gente, no lo quieren creer y piensan que es una novela, pero no, Roa Bastos se inspiró aquí, de esta misma realidad, hace medio siglo, y esa realidad no ha cambiado”, destaca el intendente Darío Cabral.