25 abr. 2024

Israel: Un fenómeno oculto tras las negras nubes de la guerra

Esta nación que vive bajo fuego desde su creación y ocupa un árido espacio veinte veces menor al territorio paraguayo, tiene hoy una de las economías más exitosas del mundo. Conozca su secreto.

Foto: UH Edicion Impresa

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El 99 por ciento de las informaciones sobre Israel que llegan a cualquier medio en cualquier lugar del planeta está relacionado con el conflicto con los palestinos.

La guerra, o la posibilidad permanente de ella, agota los titulares sobre este país de Oriente Próximo, rodeado por el mundo islámico y bañado por las aguas del Mediterráneo.

Más allá de sus disputas, empero, Israel es una nación que sorprende por sus logros y por algunas particularidades que la convierten en país difícil de catalogar. ÚH estuvo allí y hoy compartimos algunas de esas rarezas que hacen a este pequeño espacio del globo que vio nacer a las tres mayores religiones monoteístas del hombre.

Un pedazo de desierto. Lo primero que sorprende de Israel es su tamaño. Es una franja angosta de poco más de 20.000 kilómetros cuadrados (veinte veces más pequeña que el Paraguay) que linda al oeste con el Mediterráneo, y de norte a sur con el Líbano, Siria, Jordania y Egipto, siguiendo las manecillas del reloj.

Es tierra árida y rocosa, con un mínimo de lluvias, pero que presenta las únicas zonas forestadas del mundo. Donde nunca hubo una planta, los israelíes plantaron más de 28 millones de árboles a lo largo de los años.

Son ocho millones de habitantes, en su gran mayoría inmigrantes o descendientes de inmigrantes de Europa, Rusia, el norte de África y América Latina.

Mitos y verdades. Para el mundo musulmán, Israel es la cabecera de playa de Occidente en el Oriente.

Su creación fue una decisión de Naciones Unidas de 1947, cuando el territorio conocido como Palestina desde los tiempos del imperio romano se encontraba bajo el protectorado de Inglaterra (antes de la Primera Guerra Mundial formaba parte del Imperio Otomano).

Los países que integraban el organismo multilateral votaron por mayoría simple a favor de la división del territorio, creando una Palestina judía y otra árabe; con dimensiones parecidas, aunque la población judía del lugar representara entonces menos del 10 por ciento del total.

Las naciones árabes –que no participaron de la votación– rechazaron la medida, en tanto los judíos declararon inmediatamente la independencia del Estado de Israel, en 1948. Desde entonces, varios de los países de la región siguen sin reconocer a Israel como un Estado, y lo consideran una construcción de Estados Unidos y del movimiento religioso judío en el mundo, básicamente un aliado del “capitalismo hereje” de Occidente.

Esta situación fue la causa de numerosas guerras en las que Israel terminó incorporando las tierras en las que debería haberse creado el Estado palestino, pero que en la práctica habían sido ocupadas por Siria y Jordania (Los Altos del Golán, Cisjordania y Jerusalén Oriental) y Egipto (la Franja de Gaza).

Lo paradójico es que el Estado de Israel es el resultado de la lucha del movimiento sionista mundial que pregonaba la creación de un Estado hebreo en lo que consideraban su patria histórica, y que, en realidad, era profundamente socialista y laico.

De hecho, el líder nacionalista judío y primer ministro del país, David Ben-Gurión, era un periodista polaco de gran trayectoria sindical, ateo militante y fundador de la Histadrut, la poderosa federación de trabajadores hebreos, propietaria luego de fábricas, granjas y bancos, básicamente las primeras instituciones que dieron vida a la economía y al Estado de Israel.

Contrario a lo que comúnmente se piensa, tanto el movimiento sionista como el Histadrut y el partido laborista en el que se trasformó después eran organizaciones laicas cuyos líderes más importantes se consideraban ateos.

Esta matriz original, socialista y laica explica el que poco más de la mitad de la población israelí actual no sea religiosa. De hecho, los judíos practicantes no pasan del 35 por ciento, y los restantes son los judíos ortodoxos, los musulmanes y los cristianos que viven en el país.

Ese origen socialista también se observa en los servicios públicos israelíes, en los que el Estado tiene una participación casi absoluta. La cobertura de salud y educación es pública, gratuita y universal. Solo la universidad es paga, pero el Estado creó un sistema de créditos para su financiamiento.

Experimento comunista. Otra particularidad de la matriz socialista de Israel es la creación de los kibutz, originalmente comunidades agrícolas que practicaban un comunismo puro, ya que todos los bienes, incluidas sus ropas, pertenecían a la colectividad. Todos producían rotando sus roles y recibían de acuerdo con su necesidad.

Estas organizaciones, que tuvieron como precursores a inmigrantes rusos, permitieron la construcción del Estado judío, ya que proveyeron de alimentos a la población y generaron las primeras exportaciones.

Hoy todavía existen más de 200 kibutzin en Israel, solo que la mayoría ya no se dedica exclusivamente a la agricultura. Tienen modernas fábricas, sus habitantes tienen derecho a su propiedad (no todo es colectivo) e incluso en algunos a salarios diferenciados.

En nada se parecen a las granjas colectivas que imaginaba el comunismo clásico. En la actualidad tienen piscinas, bares, gimnasios y patios de comida. Lo que se dice, un moderno barrio cerrado.

El salto tecnológico. Hace unos treinta años, el Estado de Israel decidió (no fue el mercado) que la economía debía sostenerse sobre la creación de nuevas tecnologías, y no exclusivamente sobre la producción agrícola y fabril; y elaboró todas sus políticas públicas con ese objetivo, siendo a la fecha el tercer país en el mundo con mayor inversión pública en investigación y desarrollo.

Ahora es conocida como la nación de las star tup, que son básicamente pequeñas empresas de gran innovación tecnológica. Creaciones como el pendrive representan hoy el 65% de sus exportaciones.

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