Las causas de la pobreza de los países son múltiples.
Algunas son más evidentes, otras más solapadas. Entre estas últimas está la escasa o nula inversión en el área de creación de conocimientos científicos que puedan ser aplicados al bienestar de los ciudadanos.
En el Paraguay, ni a la administración pública ni al sector privado –durante siglos– jamás le importó prestar atención a la ciencia. El hecho de que nuestro país hoy solo registre a 516 investigadores refleja esa consuetudinaria y condenable actitud carente de visión de futuro.
Ese crónico desinterés por un área estratégica de singular relevancia para el progreso solo comenzó a revertirse hace algunos años con la creación del Conacyt, solventado con parte del dinero adicional que el Brasil paga por el uso del excedente de la energía que utiliza a través del Fondo para la Excelencia en la Educación y la Investigación (FEEI).
Casi nada aún se ha hecho, pero lo poco que se ha encaminado sirve para tomar conciencia de la necesidad de que al hacer cotidiano se incorpore el estudio basado en el método científico para generar nuevos saberes que se incorporen a la vida de la población.
Dentro de la marcha emprendida, es loable la iniciativa de poner recursos económicos e institucionales a disposición de aquellos compatriotas que desarrollan hoy en el exterior una destacada labor en diversos campos de la excelencia científica.
Adicionalmente, para robustecer el sector, se llamará también a científicos extranjeros deseosos de sumarse al emprendimiento paraguayo. Aunque hoy las coordenadas históricas son otras, ya Carlos Antonio López había mostrado el camino al contratar capital humano europeo para transmitir sus conocimientos a nivel local y lograr, con el tiempo, autonomía en los diversos quehaceres tecnológicos.
Hay que advertir, sin embargo, que el Estado –sean quienes fueren quienes lo conduzcan– debe fortalecer en el tiempo su apoyo al capital humano ya formado y en formación.
De nada vale el cimiento, si luego la obra no va a continuar. Se va a defraudar a los que retornen o se incorporen al país y se va a perder la oportunidad magnífica de llevar adelante un desarrollo con sólidas bases de conocimientos sustentables del mundo contemporáneo.
La apuesta que cobra aliento con el Conacyt es trascendente y es un indicador de que hay sectores políticos que piensan que la pobreza se va a resolver no solo repartiendo dinero a los más vulnerables, sino también creando condiciones objetivas para que todos puedan acceder a mejores condiciones de vida.