Estudios genómicos recientes demuestran que los chimpancés son, genéticamente, 98,8% idénticos a los humanos. Ellos son inteligentes, tienen estructuras sociales complejas, vocalización, habilidad manual; hacen y utilizan herramientas. Pero los chimpancés viven en el bosque, en zoológicos o en jaulas de laboratorios, mientras los seres humanos pintan la Mona Lisa o planifican viajes a Marte. ¿Qué aporta ese 1,2% de diferencia genética para que el Homo Sapiens, la especie humana, domine el mundo?
El profesor israelí Yuval Noah Harar, en su libro Sapiens, propone que es la capacidad de imaginar fábulas y construir mitos que trascienden la realidad. Estas creencias compartidas están presentes desde los mismos orígenes de la humanidad, en las pinturas de cavernícolas y los ídolos descubiertos en excavaciones arqueológicas, y pueden aglutinar a grandes cantidades de personas alrededor de una idea. Una empresa o un club de fútbol son conceptos que no tienen una realidad material, pero que sin embargo permiten que personas que ni se conocen cooperen, unidas por un ideal, para el logro de objetivos comunes.
Consideremos un club importante de nuestra Liga de Fútbol. Tiene instalaciones y edificios, pero si se viera obligado a vender todas sus propiedades, el club continuaría existiendo. Tiene jugadores, una comisión directiva y una fanática hinchada, pero en décadas anteriores todos eran personas distintas; sin embargo, el club persiste. Ese club, entonces, no son ni sus instalaciones, ni sus jugadores, ni sus directivos, ni sus socios. Estos son realidades materiales, pero no son el club. El club determinado es un mito, una construcción virtual cuya fortaleza está en que es una creencia compartida, lo que llamamos una institución.
Las instituciones son potentes, pero frágiles. Recordemos el caso de Enron, una de las empresas petroleras más grandes del mundo con vastos activos globales, que se vaporizó en cuestión de días en el 2001, al revelarse registros contables dudosos en sus estados financieros. Sus refinerías y oleoductos subsistían, pero el mito había colapsado
La civilización humana está edificada sobre instituciones. Los estados, el dinero, los derechos humanos, los bancos, las empresas, la libertad, la justicia, son todas instituciones construidas por los Homo Sapiens que sostienen el progreso de la humanidad, pero que solo son eficaces si hay confianza en la creencia compartida.
Una de las condiciones para sostener la creencia es la coherencia entre el mito y la realidad. Si el mito de una marca es que produce artículos de calidad, pero sus clientes no lo perciben así, se socava el mito y la empresa corre riesgo. En la empresa privada, sostener el mito, tanto interna como externamente, es una de las mayores responsabilidades de sus directivos. Empresas que no lo hacen tienen poco futuro.
De la misma manera, la responsabilidad de sostener los mitos de las instituciones públicas recae principalmente en los legisladores y gobernantes. Si por negligencia, impericia o perfidia de estos los ciudadanos dejan de creer y confiar en la democracia, la policía, o la justicia, la estructura social se resquebraja. Estas creencias compartidas también requieren de un asiduo cuidado para salvaguardar la viabilidad del país.
Hoy observamos con preocupación la pérdida de confianza en nuestras instituciones públicas. Restaurar la coherencia entre el mito institucional y la realidad es de alta prioridad, un compromiso que debe ser asumido por todos los postulantes a cargos públicos, independientemente de sus banderas políticas. Si no es hecho responsablemente y a corto plazo, la nación corre riesgo.