SÃO PAULO - BRASIL
Una entrada tardía de la ambientalista Marina Silva a la carrera presidencial de Brasil tras la muerte de su compañero de fórmula para la presidencia podría convocar a votantes jóvenes y a los descontentos por la vacilante economía y la corrupción, aunque también podría agregar nueva incertidumbre para los inversores.
El candidato presidencial del Partido Socialista Brasileño (PSB), Eduardo Campos, murió el miércoles cuando el avión privado en el que viajaba se estrelló en la localidad de Santos.
Campos, de 49 años y ampliamente considerado como uno de los políticos jóvenes más brillantes de Brasil, figuraba en el tercer lugar de los sondeos electorales con un respaldo del 10%, debajo de la presidenta Dilma Rousseff, que busca la reelección, y del candidato opositor Aécio Neves. Horas más tarde, en una conferencia de prensa en que pidió a Dios que cuide a la esposa y a los cinco hijos de Campos, Silva no dio señales de que lo reemplazará como candidata presidencial del PSB para las elecciones del 5 de octubre.
La carrera es seguida de cerca por inversores, que en su mayoría han expresado decepción por el lento crecimiento y la elevada inflación bajo el mandato de Rousseff y que están ansiosos de que un líder más cercano al mercado tome el control de la mayor economía de América Latina.
Pero si Silva se presenta a la contienda presidencial –y la mayoría de los políticos y analistas creen que lo hará–, la historia de su inverosímil, y a menudo inestable, asociación con Campos ilustra por qué es amada por muchos y vista con recelo por algunos.
Nacida en el seno de una familia pobre de recolectores de caucho en el Amazonas, Silva, de 56 años, saltó a la fama como una ministra y activista ambientalista en la década del 2000. Rompió con el oficialista Partido de los Trabajadores frustrada por la estancada legislación sobre protección al medioambiente y posteriormente criticó la creciente corrupción, lo que le ganó una reputación como una inusual voz moral en la política brasileña.
Gracias a un tardío respaldo de cristianos evangélicos escépticos ante las opiniones de Rousseff sobre el aborto y otros temas, Silva obtuvo el tercer lugar en las elecciones presidenciales de 2010 como candidata del Partido Verde, con casi un 20 por ciento de los votos.
Sin embargo, poco después rompió con el Partido Verde y llamó a “un nuevo tipo de política”. Silva trató de fundar un nuevo partido para presentarse a la presidencia este año. Sin embargo, cuando los reguladores electorales determinaron en octubre que su “Red de Sostenibilidad” no registró suficientes firmas, en menos de 48 horas anunció que respaldaría a Campos, un gobernador cercano al empresariado y miembro de una élite tradicional con la que tenía poco en común.
La decisión impactó al mundo político, incluyendo a Campos, quien creyó en ese momento que se trataba de una broma.