La polémica participación del Reino Unido en la guerra de Irak en 2003 instaló una profunda desconfianza en las intervenciones militares que todavía pesa enormemente en la política exterior británica, coinciden los expertos.
La decisión de sumarse a la invasión estadounidense a base de informaciones erróneas de los servicios de inteligencia, la sangrienta ocupación y el hecho de que Irak se sumiera luego en una terrible guerra sectaria han sido examinados en una investigación oficial.
La muerte de 179 soldados británicos y de miles y miles de iraquíes también dejaron cicatrices profundas. Tras el informe, ex veteranos y familiares de caídos en Irak intentarán procesar a Tony Blair La guerra de Irak “definió la política de seguridad británica”, asegura Malcolm Chalmers, subdirector general del instituto de análisis RUSI. “Puedes rastrear hasta la experiencia de Irak las reticencias actuales del gobierno británico a enviar tropas a Libia o Siria”, añade.
En 2011 el Reino Unido lideró junto a Francia la iniciativa de la OTAN para establecer una zona de exclusión aérea durante la revuelta contra el líder libio Muamar Gadafi, pero la misión fue limitada.
El país también participa en los bombardeos contra el Estado Islámico en Irak y Siria pero solo después de que la Cámara de los Comunes diera su visto bueno; y Blair admitió ayer que las pruebas que proporcionaron los servicios de inteligencia estaban equivocadas y pidió disculpas por las consecuencias de su decisión.