Ante la presencia de miles de visitantes extranjeros que vinieron al país a participar de la Asamblea anual del BID, el Paraguay mostró su peor rostro: su impresentable clase política y una ciudadanía fácilmente incitada a la violencia.
Las bochornosas imágenes de 25 senadores atropellando todas las normas institucionales, para modificar el reglamento interno del Senado primero y para hacer aprobar el proyecto de enmienda constitucional después, me llenaron de dolor, de rabia y de impotencia.
Una gran parte de la ciudadanía –en la cual me incluyo- no puede salir de su asombro y no logra entender cómo puede haber tanta torpeza para actuar de esa manera y para hacerlo en una semana en que los ojos del mundo estaban puestos en el Paraguay.
Para completar esta trágica escena para nuestro país, observamos con estupor las imágenes de manifestantes liderados por los dirigentes políticos de la oposición a la enmienda, primero reprimidos violentamente por la policía, para luego convertirse en una turba descontrolada que destruyó y quemó una parte del edificio del Congreso Nacional.
Existen muchos responsables de esta situación, pero sin duda alguna los principales responsables son el presidente Horacio Cartes y el ex presidente Fernando Lugo, que están forzando una enmienda constitucional que permita la reelección presidencial y que es la base de la crispación ciudadana.
Para sus seguidores, ambos líderes políticos son imprescindibles e insustituibles para el futuro de la patria. El problema es que ninguno de ellos puede candidatarse con la actual Constitución y a partir de ahí se busca el cambio constitucional a cualquier precio.
Pero el precio es nada menos que la destrucción de un diseño institucional que consensuamos los paraguayos en la Constitución del año 1992 con el objetivo de que dictaduras como la de Stroessner -que fue elegido y reelegido 9 veces- no se repitan nunca más.
En ese año 1992, los paraguayos acordamos que no queríamos volver a tener como presidentes a “hombres fuertes” que se creían iluminados y salvadores de la patria, sino que queríamos tener “instituciones fuertes” que garanticen nuestras libertades y el respeto irrestricto a los derechos humanos.
Por eso construimos instituciones que le quitaban el poder y la discrecionalidad al presidente y los trasladaban al Congreso, al Consejo de la Magistratura, o a las municipalidades, por citar algunas.
Este diseño de “instituciones fuertes” siempre fue jaqueado por el enfrentamiento entre “hombres fuertes” como Argaña, Oviedo, Nicanor, Lugo y Cartes y sus respectivos opositores. Y también fue jaqueado por la “cultura tradicional” del paraguayo, que siempre quiere que alguien sea el mandamás... que sea el tendotá.
A Argaña se le hizo trampa y a Oviedo se lo apresó, para que ambos no sean candidatos, a Lugo se lo destituyó y a Nicanor se lo enfrentó para evitar la reelección.
La Fundación Desarrollo en Democracia ha estudiado profundamente los diferentes caminos que han recorrido los países que hoy son desarrollados, y aprendimos que la base del desarrollo no se encuentra en las riquezas naturales, ni en planes económicos, ni en una cultura determinada, sino en la calidad de sus instituciones y de su política.
También hemos aprendido que no puede haber una buena economía sin una buena política y que no puede haber paz social sin buenas instituciones.
En esta tremenda crisis de enfrentamiento y crispación en que el país está sumergido, no estamos a favor de ningún sector político de los que hoy se encuentran enfrentados.
Estamos a favor del respeto irrestricto a las instituciones y de la más profunda censura a la violencia.