Este ser del cristiano católico ya estorbaba en la década de los sesenta en la América Latina al gobierno de los Estados Unidos, empeñado en la llamada Guerra Fría con Rusia.
Y en la ciudad de Santa Fe, California, con la ayuda de Kissinger se hizo un documento que aconsejaba debilitar a la Iglesia Católica de América Latina con el envío de sectas religiosas al continente sudamericano.
Ahora en el año 2016 ocurre casi lo mismo. En la campaña de Hillary Clinton, en otro documento, se quiere reducir la misión de la Iglesia Católica a la adoración y rito, permitiéndola entrar en la vida privada de cada creyente, pero con prohibición de intervenir en mejorar la vida pública de los Estados Unidos.
El ataque es fuerte. Caricaturizan a los católicos como atrasados, intolerantes, creyentes de una religión medieval y llaman a infiltrar la Iglesia Católica, creando una Primavera Católica, que cambie sus creencias.
En el fondo es que el centro del capitalismo neoliberal mundial, Estados Unidos se siente debilitado ante Rusia y China.
Antes, con la creación de “el eje del mal” del islam, el Pentágono de los Estados Unidos llevó la destrucción con guerras a cuatro naciones. Todo con la excusa de terrorismo, pero en realidad para apoderarse del petróleo y fomentar el negocio de la venta de armas, el que más plata da en todo el mundo.
Ahora, 2016 con el declive de la supremacía de Estados Unidos, una religión como la católica que cuestiona a los que tienen el poder por su corrupción o por ocuparse solamente de los que ya están enriquecidos, hay quien defiende que debe de ser frenada.