18 mar. 2024

Hay necesidad de un cambio estructural en la economía

El Índice de Progreso Social pone al Paraguay durante el año 2017 en uno de los últimos lugares de América Latina. En contrapartida, el país hay sido muy exitoso en mantener altas tasas de crecimiento en los últimos quinquenios, incluyendo el último en que las economías de la región se han desacelerado. Esta combinación de buen desempeño económico con magros resultados en el bienestar no es una novedad y pone nuevamente en el debate la necesidad de políticas públicas que transformen estructuralmente el modelo de crecimiento económico, para que el mismo contribuya con más fuerza al desarrollo.

Cualquier índice que incluya indicadores de calidad de vida pone al Paraguay entre los países de mayor déficit en Latinoamérica.

En este caso, países como Bolivia, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua se ubican por debajo, mientras el nuestro queda lejos de los que lideran: Costa Rica, Chile y Uruguay.

El Índice de Progreso Social busca evaluar “la capacidad de una sociedad de satisfacer las necesidades humanas fundamentales de sus ciudadanos, de establecer cimientos que permitan mejorar y mantener la calidad de vida de sus ciudadanos y comunidades, y de crear las condiciones para que todos los individuos alcancen su pleno potencial”. Para ello, se integra con tres componentes: necesidades humanas básicas, fundamentos del bienestar y oportunidades. Cada uno de estos cuenta con una multiplicidad de variables que van desde el nivel nutricional hasta la educación superior, pasando por el acceso a información y comunicaciones y calidad medioambiental.

El débil vínculo entre el crecimiento económico y el progreso social se debe a que el primero tiene poco efecto sobre la generación de empleos de calidad y sobre el fisco. Si las personas no cuentan con ingresos dignos y protección social difícilmente podrán financiar la satisfacción de sus necesidades básicas así como ampliar sus oportunidades. Si el Estado no cuenta con recursos, tampoco podrá implementar las políticas necesarias para impulsar políticas que industrialicen, que aumenten la infraestructura necesaria para la producción, amplíen la cobertura del sistema financiero, mejoren la calidad de la educación y los servicios a las empresas y a la agricultura familiar para aumentar la productividad y el acceso a mejores mercados.

Luego de muchos años de altas tasas de crecimiento promedio anual, Paraguay se encuentra entre los países de ingreso medio alto; sin embargo, hemos podido dejar los lugares de menor desarrollo relativo.

Esta situación nos obliga a superar la visión exitista que rodea el crecimiento del PIB para preguntarnos qué hacer para cambiar esta situación. ¿De qué sirven el crecimiento económico y el mejor posicionamiento de Paraguay en los ránkings de crecimiento del PIB si eso no se traduce en un mejor posicionamiento en el desempeño social?

Esta pregunta se vuelve más importante aun en un contexto de ralentización económica. Si con altos niveles de crecimiento no logramos mejorar sustancialmente nuestros indicadores, cómo lo haremos con tasas menores. De hecho ya estamos viendo algunas señales pesimistas. El estancamiento de la reducción de la incidencia de la pobreza y el aumento del desempleo deben alertarnos y hacernos pensar en una estrategia de desarrollo que considere el nuevo escenario.

De otra manera, el futuro será el statu quo social con todo lo que ello implica: aumento de la inseguridad, profundización de los conflictos, obstáculos al crecimiento económico, entre otras consecuencias, todas negativas para el desarrollo presente y futuro.

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