Familias enteras han acudido al camposanto de Santa Catarina Pinula, apenas a unos centenares de metros del lugar del desastre, para colocar flores y rezar ante las tumbas de los desaparecidos.
Un grupo de bomberos honró también la memoria de una compañera fallecida durante la tragedia.
Los homenajes íntimos, como los de los compañeros de las decenas de estudiantes que el pasado año perdieron la vida en el alud, se han sucedido en los últimos días: todos en Guatemala han querido mostrar su respeto a una de las tragedias más devastadoras de las últimas décadas.
Aunque el país ocupa la cuarta posición en riesgo de vulnerabilidad mundial a las catástrofes y a los efectos del cambio climático, el Cambray II sobrecogió para siempre la memoria de los guatemaltecos.
Semanas de búsqueda de los desaparecidos y los escándalos políticos por la negligencia de los alcaldes impiden cerrar la herida: los exregidores Víctor Gonzalo Alvarizaes Monterroso y José Antonio Coro García están procesados por homicidio culposo.
Hoy el Cambray II es un pueblo fantasma: las casas fueron abandonadas a la carrera, dejando tras de sí los deberes de los pequeños y sus ositos de peluche, mientras el polvo cubre las estanterías de las antiguas abarroterías.
Las puertas de las viviendas derruidas se asoman sobre el cauce desbordado del río Pinula: apenas doña Carmen, la dueña de lo que un día fue el “Regalito de Dios”, una de las tiendas del barrio, sigue viviendo en el asentamiento. No tiene otro sitio a donde ir.
En los últimos días, han sido varios los antiguos residentes de El Cambray II los que han vuelto al asentamiento para recordar: David Alejandro Ordoñez, quien perdió a nueve familiares en la tragedia, no puede evitar dejar de emocionarse.
“No son las cosas materiales, es a la familia a la que se extraña”, señala a Efe, mientras observa cómo el río arrastra todavía los restos de lo que un día fue un hogar.
Muchos de los vecinos residen ahora en el pueblo de Santa Catarina Pinula, pero allí la vida no es la misma: la sensación de comunidad, de hermanad, que unía a los habitantes de El Cambray ha desaparecido al tiempo que las heridas de la tragedia rebrotan una y otra vez.
“Mi mujer hay días que se despierta bien, otros en los que no para de llorar”, explica Ordoñez con los ojos enrojecidos.
Como no puede mostrar debilidad delante de su familia, porque “si uno es el fuerte lo ven mal...”, este joven comerciante padre de dos menores vuelve de vez en cuando a la tierra arcillosa que un día fue su casa: allí, solo, se desarma hasta quedarse sin lágrimas.
Una escena que se repite hoy en cada rincón del pueblo: habitualmente bullicioso, el silencio reina hoy en los puestos de comida y en las charlas de los vecinos.
Nadie olvida que hace justo un año muchos de los suyos perdieron la vida en una de las mayores catástrofes de la historia de Guatemala.
Lejos del pueblo, la sociedad entera ha mostrado sus condolencias por las víctimas mientras se pregunta si el país está preparado para afrontar una nueva catástrofe: las autoridades han identificado más de 10.000 puntos de riesgo por inundaciones y deslizamientos, lo que tiene en situación de vulnerabilidad a unos 3 millones de personas.