Según los primeros datos oficiales, el 60% de los griegos votó por el “no” a los acuerdos (planteados como están) con la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Europeo, la troica financiera que acogota al país que inventó la democracia. La crisis fue “estimulada” por la dirigencia política de los sucesivos gobiernos neoliberales y por la voracidad de la banca internacional que se especializa en alimentar su codicia vestida de generoso bombero apaga-incendios, cuando en realidad esconde una naturaleza pirómana: azuza lo que dice combatir, porque está en su esencia cebarse de las urgencias económicas de los estados con préstamos de “rescate”.
Grecia hizo prácticamente todo lo que la troica le dijo que debía hacer para “salvarse” luego del sismo económico de 2008 que golpeó con fuerza a Europa, pero sobre todo a aquellos países con altas “deudas soberanas”, a las que no podían hacer frente sin nuevos préstamos que generaran nuevas (y rentables) deudas. Digo que hizo “prácticamente” todo, porque una de las recetas con las que el FMI y sus socios condicionan regularmente para prestar su “ayuda” es la privatización de las empresas públicas —entre otras medidas de ajuste—, lo que hoy reclama el FMI que Grecia no realizó. “Hasta el momento, solo recaudó 3.200 millones de euros a través de las privatizaciones”, reclamó la semana pasada. Comprar activos estatales en tiempos de desesperación suele ser un lucrativo negocio para esa entidad metafísica que sus evangelistas suelen llamar “inversores”, enigmáticos personajes a quienes el ciudadano de a pie nunca ve, como si fueran dioses esquivos. Pensando en los intereses de esas deidades apátridas, más que en el futuro mismo de Grecia, es que el FMI reclama los trabajos (sucios) no hechos.
Sin embargo, parece ser que el propio FMI (para hablar solo de uno de sus acreedores) fue el que no hizo la tarea para que la situación griega mejorara. Su anterior presidente, Dominique Strauss Kahn (2007-2011), publicó hace unos días un sugestivo artículo en donde reconoce que el ente bancario se equivocó en su análisis de la coyuntura y en el diseño de su plan de ayuda. Pero hay más: la Oficina de Evaluación Independiente del Fondo Monetario Internacional, en su documento de auditoría Desempeño del FMI en el periodo previo a la crisis financiera y económica: La supervisión del FMI entre 2004-07 (de 2011), afirma que “la capacidad del FMI para identificar correctamente los crecientes riesgos se vio obstaculizada por un alto grado de pensamiento de grupo, captura intelectual, una tendencia general a pensar que era improbable una fuerte crisis financiera en las grandes economías avanzadas y enfoques analíticos inadecuados”.
Entonces: ¿por qué la ciudadana y el ciudadano griegos debían confiar en la troica, en los buitres prestos para engullir los bienes de cualquier Estado en crisis, en los partidos políticos conservadores que han provocado esta situación —falsificando datos macroeconómicos en connivencia con la banca inversora Goldman Sachs— y que abogaron por el “sí” a un acuerdo entreguista? El “no” griego al chantaje económico es una cuestión de dignidad política, más que una solución del problema. Pero es una dignidad básica, necesaria y ejemplar.