En un lugar de San Lorenzo hay manteca hasta en el techo, pero no como loca muestra de despilfarro de fiestas mundanas sino como evidencia patética de un alevoso crimen social. Ocurre en el Hospital de Clínicas, refugio de los pobres del Paraguay. Y no solo manteca hay en exceso. También hay siete toneladas y media de azúcar, 1.700 kilos de papa y fideos como para alimentar a varias ciudades italianas por un mes.
¿A qué se debe esta súbita opulencia de comidas? A la caída de la cuadrilla de hampones que manejaba la administración del Hospital y a la intervención subsiguiente. Los proveedores se vieron obligados a entregar efectivamente la verdadera cantidad de alimentos adquiridos en las licitaciones que habían ganado en tratos bajo la mesa. Antes, todo esto solo figuraba en los papeles, lo demás iba al bolsillo de los coimeros.
Los que realmente necesitaban ser bien alimentados –los desnutridos, los diabéticos, los niños y ancianos debilitados por la enfermedad– recibían una dieta insuficiente “por falta de insumos”. La gente se quejaba por los diarios, radio y televisión, pero recibían la típica respuesta de que el presupuesto no alcanzaba.
¿Cómo podría alcanzar, si las garrapatas asesinas se quedaban con buena parte del mismo? La claque de médicos y funcionarios se distribuía sueldos, cargos y bonificaciones que los convertían en millonarios, mientras el hospital carecía de reactivos de laboratorio, de equipos de diagnóstico y de medicamentos esenciales.
Mientras los enfermos de cáncer, leucemia y linfomas se resignaban a ser tratados –si tenían suerte– con drogas usadas hace 30 o 40 años, los privilegiados construían en el medio de ese mismo hospital de indigentes una especie de posada vip climatizada con parrilla y todas las comodidades. Esto es sencillamente criminal.
¿Cuántas vidas se habrán perdido porque les faltó una cama de terapia intensiva, un antibiótico, un procedimiento indispensable, porque el Hospital de Clínicas “no tenía presupuesto”? La desidia y la irresponsabilidad llegaron al extremo de que las nuevas autoridades encontraron un tomógrafo sin usar tirado en la cocina. ¿Exagero cuando sostengo que esto es criminal?
Advierto algo más grave. La prensa se ha centrado en lo primero que salió a luz: la acumulación de sueldos y otros privilegios de ese tipo. Es la minúscula punta de un iceberg inmenso. La verdadera plata está en las licitaciones en construcciones, mantenimiento y equipamiento. Eso ni siquiera se comenzó a investigar. Cuando se haga, estoy seguro que el exceso de manteca será una anécdota.
Los culpables deberían ser identificados, encarcelados y obligados a devolver el dinero que se llevaron. Pero no se ve, de parte del interventor, ni el empuje ni el carácter necesarios para asegurar el exterminio de las garrapatas. Nunca, como ahora, deseé tanto estar equivocado.