San Agustín, comentando este pasaje del Evangelio de la Misa, enseña: «Los hombres que creyeron en él comenzaron a arder, recibieron la llama de la caridad. Es la razón por la que el Espíritu Santo se apareció en esa forma cuando fue enviado sobre los apóstoles: Se les aparecieron lenguas como de fuego, que se posaron, repartidas, sobre cada uno de ellos (Hech 2, 3).
Inflamados con este fuego, comenzaron a ir por el mundo y a inflamar a su vez y a prender fuego a los enemigos de su entorno. ¿A qué enemigos? A los que abandonaron a Dios que los había creado y adoraban las imágenes que ellos habían hecho (...). La fe que hay en ellos se encuentra como ahogada por la paja. Les conviene arder en ese fuego santo, para que, una vez consumida la paja, resplandezca esa realidad preciosa redimida por Cristo». Somos nosotros quienes hemos de ir ahora por el mundo con ese fuego de amor y de paz que encienda a otros en el amor a Dios y purifique sus corazones.
Iremos a la universidad, a las fábricas, a las tareas públicas, al propio hogar... «Si en una ciudad se prendiese fuego en distintos lugares, aunque fuese un fuego modesto y pequeño, pero que resistiese todos los embates, en poco tiempo la ciudad quedaría incendiada».
El papa Francisco, a propósito del evangelio de hoy, dijo: “La palabra del Señor, ayer como hoy, provoca siempre una división: la palabra de Dios divide, ¡siempre! Provoca una división entre quien la acoge y quien la rechaza. A veces también en nuestro corazón se enciende un contraste interior; esto sucede cuando advertimos la fascinación, la belleza y la verdad de las palabras de Jesús, pero al mismo tiempo las rechazamos porque nos cuestionan, nos ponen en dificultad y nos cuesta demasiado observarlas.
La palabra de Cristo es poderosa: no tiene el poder del mundo, sino el de Dios, que es fuerte en la humildad, también en la debilidad. Su poder es el del amor: este es el poder de la palabra de Dios. Un amor que no conoce confines, un amor que nos hace amar a los demás antes que a nosotros mismos”.
(Frases extractadas del libro Hablar con Dios de Francisco Fernández Carvajal)