Nuestra vida es un camino hacia el Cielo. Pero es una vía que pasa a través de la cruz y del sacrificio. Hasta el último momento habremos de luchar contra la corriente, y es posible que también llegue a nosotros la tentación de querer hacer compatible la entrega que nos pide el Señor con una vida fácil y quizá aburguesada, como la de tantos que viven con el pensamiento puesto exclusivamente en las cosas materiales.
El misterio que hoy celebramos no solo fue un signo y anticipo de la glorificación de Cristo, sino de la nuestra, pues, como nos enseña San Pablo, el Espíritu da testimonio junto con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo; con tal de que padezcamos con Él, para ser con Él glorificados.
Y añade el Apóstol: Porque estoy convencido de que los padecimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria futura que se ha de manifestar en nosotros. Cualquier pequeño o gran sufrimiento que padezcamos por Cristo nada es si se mide con lo que nos espera.
El Señor bendice con la Cruz, y especialmente cuando tiene dispuesto conceder bienes muy grandes. Si en alguna ocasión nos hace gustar con más intensidad su Cruz, es señal de que nos considera hijos predilectos. Pueden llegar el dolor físico, humillaciones, fracasos, contradicciones familiares... No es el momento entonces de quedarnos tristes, sino de acudir al Señor y experimentar su amor paternal y su consuelo.
Nunca nos faltará su ayuda para convertir esos aparentes males en grandes bienes para nuestra alma y para toda la Iglesia. «No se lleva ya una cruz cualquiera, se descubre la Cruz de Cristo, con el consuelo de que se encarga el Redentor de soportar el peso». Él es, Amigo inseparable, quien lleva lo duro y lo difícil. Sin Él cualquier peso nos agobia.
El papa Francisco, a propósito del Evangelio de hoy, dijo: “Jesús toma la decisión de mostrar a Pedro, Santiago y Juan una anticipación de su gloria, aquella que tendrá después de la Resurrección, para confirmarlos en la fe y alentarlos a seguirlo en el camino de la prueba, en el camino de la Cruz. Y así sobre un monte alto, en profunda oración, se transfigura delante de ellos: su rostro y toda su persona irradian una luz resplandeciente.
Los tres discípulos se asustan, mientras una nube los envuelve y de lo alto resuena –como en el bautismo del Jordán– la voz del Padre: «Este es mi Hijo, el amado: ¡escúchenlo!».
Y Jesús es el Hijo hecho Servidor, enviado al mundo para realizar por medio de la Cruz el plan de salvación. ¡Para salvarnos a todos nosotros! Su plena adhesión a la voluntad del Padre hace que su humanidad sea transparente a la gloria de Dios, que es el Amor.
Así Jesús se revela como el ícono perfecto del Padre, la irradiación de su gloria. Es el cumplimiento de la revelación; por ello junto a Él transfigurado aparecen Moisés y Elías, que representan la Ley y los Profetas.
Esto significa que todo termina e inicia en Jesús, en su Pasión y en su Gloria. El mensaje para los discípulos y para nosotros es este: “!Escuchémoslo!”. Escuchar a Jesús. Es Él el Salvador: síganlo.
Escuchar a Cristo, de hecho, significa asumir la lógica de su misterio pascual, ponerse en camino con Él para hacer de la propia existencia un don de amor para los demás, en dócil obediencia a la voluntad de Dios, con una actitud de desapego de las cosas mundanas y de libertad interior.
Es necesario estar listos a perder la propia vida, donándola para que todos los hombres se salven y nos encontremos en la felicidad eterna.
El camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad. No lo olvidemos: ¡el camino de Jesús nos lleva siempre a la felicidad!
Habrá siempre en medio una cruz, las pruebas, pero al final siempre nos lleva a la felicidad. ¡Jesús no nos engaña! Nos ha prometido la felicidad y nos la dará, si nosotros seguimos su camino
[...] En realidad, el amor es capaz de transfigurar todo: ¡el amor transfigura todo! ¿Creen ustedes en esto? ¿Creen?… Me parece que no creen tanto por aquello que escucho... ¿Creen que el amor transfigura todo?...”.
(Del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal, y https://www.pildorasdefe.net)