19 abr. 2024

¡Felicidades, Manzana!

Hace un par de semanas, el 29 de junio, se cumplieron 10 años desde que Apple, la marca de la manzana, lanzara al mercado el primer iPhone. Este evento marcó un antes y un después en la historia de la tecnología. El revolucionario aparato, con su gran pantalla táctil, teclado virtual y conexión permanente a internet, era mucho más que un teléfono celular. En su configuración de fábrica era un navegador de internet, una cámara fotográfica, una terminal para correo electrónico, un fonógrafo, un reloj despertador, una agenda electrónica, un libro, un diario y muchas cosas más. Hoy, dos millones de apps disponibles extienden la funcionalidad de los teléfonos inteligentes a innumerables actividades y sectores profesionales.

Antonio Espinoza,

Antonio Espinoza,

El fundador de Apple y creador del iPhone, Steve Jobs, identificó una demanda latente del público que los avances de la electrónica le permitieron satisfacer. De un día para otro, las demás marcas de celulares se volvieron obsoletas. Y grandes fabricantes que habían dominado el mercado, y que no se adecuaron rápidamente al nuevo concepto, como Palm, BlackBerry y Nokia, al poco tiempo fueron a parar al basurero de la historia. Otras empresas, más ágiles, rápidamente desarrollaron productos similares al iPhone, brindando al mercado una amplia variedad de teléfonos inteligentes, desde modelos sencillos y económicos hasta los de muy alta gama.

Un aspecto significativo de este fenómeno es el componente de equidad y de nivelación social. Todos los teléfonos inteligentes, desde los más baratos hasta los más caros, tienen básicamente las mismas funcionalidades, lo cual contribuye a reducir brechas. Hay pocos aspectos en común entre las circunstancias cotidianas de un agricultor minifundiario de una remota localidad de Caazapá y del presidente de un banco en Nueva York, pero para las cuestiones más importantes, y más íntimas, de sus vidas, comparten exactamente las mismas redes sociales y aplicaciones en las palmas de sus manos.

Esto no es cosa menor en un país como el nuestro, marcado por grandes asimetrías socioeconómicas. Que ambos puedan intercambiar mensajes, videos y fotos con parientes en España o con clientes en Singapur, en igualdad de condiciones, es un triunfo de la tecnología, y de la creatividad en su aplicación.

Sin embargo, nos quedan deberes por hacer para obtener el máximo beneficio de estas herramientas. Nuestra conectividad en el interior del país es insuficiente, y el precio que pagamos por el servicio de internet es excesivo, dependientes como somos de proveedores mayoristas de Brasil y Argentina. Al aproximarse negociaciones con el Brasil sobre el futuro de Itaipú, uno de los temas a poner en la agenda debe ser una servidumbre de paso para que podamos llegar con una fibra propia al nodo submarino de Santos, con lo cual reduciremos costos, aumentaremos nuestro ancho de banda y ganaremos cierto grado de soberanía sobre nuestras conexiones internacionales.

Otro deber es la expansión de la red de conectividad en el interior del país, una pieza clave para la implementación de los nuevos modelos educativos, que dependen cada vez más de materiales didácticos en el internet. Sistematizar una red de puntos de acceso en las escuelas públicas es una manera práctica de extender el acceso a las más remotas localidades del Paraguay.

A tan solo diez años de la introducción del teléfono inteligente, es ya difícil recordar cómo era el mundo sin WhatsApp o Instagram. La creación de Steve Jobs revolucionó nuestras vidas, acortando distancias, promoviendo la igualdad de oportunidades y abriendo una ventana al mundo para miles de millones de personas. Es bien merecida, entonces, la torta con las diez velitas para celebrar la ocasión.