Sin embargo, no todos, desgraciadamente, lo pueden decir.
Unos porque la pobreza, sin culpa de quienes la sufren, destruyó anulando su vida en busca de cosas esenciales que debieran, por equidad, de estar resueltas en una sociedad. Otros, porque la plata acumulada en poco tiempo, no les hace más felices sino más bien temerosos de perderla.
Ni unos ni otros pueden vivir la vida personalmente con intensidad.
Pero, ¿qué es vivirla con intensidad?
La respuesta no va por lo de tener, acumular, guardar, aumentar, etc., cosas materiales, ornamentales, agradables, exitosas o incluso del espíritu.
Tampoco el no tener casi nada y tener como único horizonte posible de vida el poder sobrevivir.
Vivir con intensidad es tener ante todo un “porqué” del vivir, una causa que nos arrastre, que vaya siempre por delante de nosotros, animándonos a alcanzarla, aunque nunca lleguemos del todo a ella. Y, curiosamente, las causas que más nos ganan, ganándonos el corazón, siempre tienen que ver con la entrega , solidaridad, amor y compromiso, hacia los demás.
En segundo lugar, esta vida intensa es difícil lograrla en solitario. Se vive desde una pareja, una familia, una comunidad o dentro de una organización con los mismos ideales.
Tercero y es principal: esta adhesión a la intensidad de vida hay que alimentarla de otro modo irá disminuyéndose.
Los cristianos encontramos esto en la persona de Jesús que, refiriéndose a su causa que es la causa de Dios, nos está siempre animando: “no permitan que los hijos de las tinieblas sean más listos que los hijos de la luz”, “el dilema es Dios o el dinero”, “el que toma el arado y mira para atrás no es digno de seguir conmigo”.
Este es mi deseo para todos.