Gil Parrondo, uno de los directores artísticos más reconocidos del mundo, fue nominado al Óscar por “Travels with my Aunt” (1972) de George Cukor, y logro cuatro Goya a la mejor dirección artística: “Canción de cuna” (1994), “You’re the one” (2001), “Tiovivo c. 1950" (2005) y “Ninette” (2006), todas de José Luis Garci.
Su sobrino Óscar explicó a Efe que Gil Parrondo falleció esta tarde en su domicilio, en el que vivía junto a su mujer, Gabi Insúa. “No tenía otra enfermedad que la de ser mayor. Este año hemos estado rodando, a partir de una novela de Sánchez Piñol, una película -"Cold Skin”, aún sin estrenar- y seguía en activo”, detalló.
Nacido el 17 de junio en 1921 en Luarca (norte), comenzó a trabajar como ayudante de decoración en 1939 y en 1951 asumió la dirección artística de la película “Día tras día”, de Antonio del Amo, e inició una prolífica etapa para luego trabajar en diversas producciones estadounidenses que se rodaban en España.
Fue el responsable de decorados tan impresionantes como los de “Lawrence of Arabia” (1962) o “Spartacus” (1960) y trabajó con directores como George Cukor, Stanley Kubrick, Orson Welles o Anthony Mann.
Aseguraba que él no había hecho películas “ni buenas ni malas” y achacaba su participación en películas como “The return of the Musketeers” (1989), de Richard Lester, o su trabajo con actores de la talla de John Huston, Ava Gadner y Charlon Heston a su “buena suerte, además de algo de trabajo”.
Siempre se sintió decorador de cine más que director artístico y decía que eso, a pesar de “las máquinas diabólicas”, como él se refería a la tecnología digital, no había variado.
Durante su carrera, también trabajó en series de televisión como “Anillos de oro” de Pedro Masó o “La Regenta” de Fernando Méndez-Leite y montó la escenografía de obras teatrales como “Arsénico y encaje antiguo” (1987), “Tres sombreros de copa” (1992) o “El diario de Ana Frank” (2002) de José Tamayo.
El realismo en el decorado era su seña de identidad ya que creía que la función de este era “copiar a la naturaleza” y que lo “falso” pasara “inadvertido”, máxima a la que fue fiel toda la vida. EFE
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