Sé que son pocos días para entender la compleja y a la vez simple relación de la vida de los expatriados en España.
Compleja, porque han visto cosas que bien podrían ser hechas en nuestro país y no es posible verlas concretadas. Autopistas, trenes, sistemas de salud que funcionan y oportunidades. Simple, porque la gente quiere vivir bien y si es posible en su patria. Hay más de 1.700 millones de seres humanos que no viven en la tierra que los vio nacer. Se fueron por distintas razones. Algunos, políticas; otros, económicas, y unos cuantos, culturales.
Es posible ver el rostro de la esperanza en los compatriotas que están becados en las universidades españolas y que muestran con orgullo sus avances en materia de formación, pero que tienen sobrados motivos para preguntarse de qué servirá todo eso a la vuelta. Están los que se forjan con trabajo honesto el futuro haciendo cosas a un ritmo que hubiera sido posible en el Paraguay. Aquí están también aquellas que viven en condiciones de cuasi esclavitud en los puticlubes al costado de la carretera, muy especialmente en la provincia de Cuenca.
Hay más de 70.000 compatriotas latiendo con orgullo una patria donde no han podido realizarse, donde se preparan para nuevos retos o que simplemente quieren que la democracia sea sinónimo de oportunidades. Hay un Paraguay complejo y simple en vida de nuestros compatriotas anónimos que con real esfuerzo construyen la patria a la distancia.
Hemos sido poco gratos con los compatriotas que viven afuera. Nos hemos concentrado en buscar cambiar la Constitución para permitir la reelección presidencial, pero hay muchos compatriotas que por cuestiones de ius solis (el derecho de nacer en un territorio) no pueden tener patria, porque en los países donde nacieron sus padres eran paraguayos y el niño se encuentra en el limbo, porque no reconocemos el derecho de ser connacional solo por el simple hecho de que su madre o su padre lo sean y el país que los acoge tampoco.
Con siete millones de habitantes muy escasos y con millones viviendo en la Argentina y otros miles en Europa, EEUU u otra nación, la primera reforma que debemos hacer es permitir que toda persona nacida donde sea, por el simple hecho de que su madre o padre sean paraguayos, tengan nuestra nacionalidad.
Basta de esta humillación y menoscabo a la condición de connacional. Al menos por gratitud a quienes con sus remesas sostienen gran parte de la economía nacional, debemos cambiar ese artículo constitucional. No se imaginan lo paraguayo que se sienten afuera. Lo orgullosos que son, retratados con una bandera tricolor, o que mantengan una conversación en guaraní y no pueden hacer que sus hijos adquieran la nacionalidad por el ius sanguinis y no solo por el solis, con sus excepciones.
A pesar de que pueden ahora votar, luego de la enmienda del artículo constitucional, los candidatos a presidentes deben comprometerse a cambiar ese artículo limitante incluso para crecer como país.
Basta de ser un país que expulsa a sus mejores hijos, que los humilla cuando regresan, que nos les dan oportunidades a los que vivieron y aprendieron nuevas culturas... basta de exclusiones en un país pequeño cuyas grandezas siguen esperando por culpa del egoísmo y la codicia de unos pocos. Los de afuera son tan paraguayos como nosotros solo que unos pocos de adentro se empeñan en ningunearlos permanentemente.