La elección de la carrera laboral o profesional no siempre resulta de una decisión tomada sobre la base de los deseos personales, las fortalezas detectadas o la visión de vida que uno tiene en claro con la madurez que la temprana juventud nos permite; sino muchas veces es producto de una oportunidad laboral o de estudio que se presenta en el camino y aparenta ser la mejor opción en ese momento, dadas las circunstancias.
Obviamente, distinguir tempranamente cuál es nuestro talento y desarrollarlo con ayuda de los estudios académicos implica dedicación, tiempo, esfuerzo y dinero; chocando muchas veces la ilusión de este ideal con la realidad que a cada uno le toca vivir.
A pesar de que las oportunidades pueden presentarse de distintas formas, todos los padres deseamos que nuestros hijos sean exitosos en lo que emprendan. No obstante, la gran mayoría de nosotros inicia la segunda década de vida con más preguntas que respuestas, buscando quizás su propio espacio en la sociedad y aún peleando con uno mismo para definir cuáles son sus objetivos de vida.
Pero al pasar el tiempo, en lugar de tener más respuestas, la madurez de la experiencia nos devuelve más preguntas y nuevas oportunidades, que en ocasiones implican alejarse de las tareas diarias en las que estamos inmersos, para replantearnos alternativas de alcanzar nuestros sueños o la misión que queremos cumplir.
Entonces, el planteamiento no se refiere simplemente a cómo ganamos dinero, sino a quiénes queremos ser en la vida en un sentido más amplio. Para ganar dinero, hay miles de actividades que podríamos realizar, pero el cómo quiero hacerlo requiere de un análisis más profundo, pues además de dedicarme a hacer algo que me guste y apasione, debería coincidir con que eso puedo hacerlo mejor que otros y por ende estarían dispuestos a pagarme más dinero por ese servicio.
Nos pasamos el tiempo haciendo tareas para tener cosas, por ejemplo, estudiando para tener el título, trabajando para tener dinero, pagando cuentas para tener bienes y así podríamos confeccionar una lista de las cosas que hacemos para tener y, si bien, probablemente haciendo con afán y esmero consigamos alcanzar con éxito las metas materiales, no siempre el alcanzarlas nos reflejan una felicidad y gozo sustentable.
Esto sucede en la mayoría de las ocasiones porque nos saltamos un par de pasos importantes, el pensar y el sentir antes que hacer para tener. El hacer para tener es desgastante, produce estrés, aunque puede entregar atractivos resultados económicos. Sin embargo, el ser antes que tener plantea la receta mágica de la felicidad, pues permite en primer lugar analizar cuáles son los objetivos, luego evaluar si el resultado de eso que deseo es realmente lo que quiero y es coherente con mis principios, para luego dar el paso al hacer para tener, lo que indudablemente traerá la satisfacción del resultado que se deseaba alcanzar.
El éxito llega luego de hacer, la felicidad luego del ser. Así, el orden para alcanzar ambas cosas sería: Ser para hacer y tener. En el ser, es donde se observa la coherencia de nuestra esencia, habita la integridad de ser genuinos y auténticos. Independientemente a la profesión o actividad que decidamos libremente o que nos imponga la vida misma, no perdamos la oportunidad siempre presente de elegir Ser para luego Tener. Sigamos Hablando de Dinero, así aprendemos a manejarlo mejor.