24 abr. 2024

Exámenes para becas de Itaipú vuelven a reflejar viejas carencias

Para llegar a la excelencia educativa, entre otras medidas, es necesario respetar las reglas de juego establecidas, sin recurrir a artilugios numéricos que solo esconden la verdadera capacidad de los estudiantes. Las becas universitarias de Itaipú para alumnos de escasos medios económicos han ratificado históricas carencias de la enseñanza. Esa situación no se superará modificando lo esencial de una norma para alcanzar el porcentaje de rendimiento requerido –60 por ciento–, sino instalando una tradición de exigencia. Es mejor afrontar la cruel verdad antes que recurrir a acciones que disimulan el real estado de la educación, pese a que se quiera dar un ropaje de apertura hacia sectores menos favorecidos.

La tolerancia a la mediocridad ha sido durante siglos una grave enfermedad de la sociedad paraguaya, de la Administración Pública en particular. Sostenida por el tráfico de influencia, materializada en el padrinazgo, se ha ignorado –en general– el mérito de las personas traducido en su capacidad real en las diversas áreas del quehacer y el saber humanos.

Las buenas prácticas, los discursos y el cambio de mentalidad en algunos sectores en las últimas décadas no han sido aún suficientes hasta ahora para que la meritocracia sea la regla y no la excepción.

Las pruebas de Matemáticas y Lengua Castellana para acceder a 1.000 becas de grado universitario de Itaipú destinadas a jóvenes pobres que, de otro modo, quedarán excluidos de alcanzar una formación de nivel terciario, vuelven a evidenciar el apoyo oficial a la mediocridad.

La regla inicial era lograr un rendimiento del 60 por ciento en las dos asignaturas. Es decir, como mínimo, había que alcanzar 12 puntos por materia, totalizando 24 puntos de la totalidad de los 40. Por esta vía, solo podían haber ingresado los 197 alumnos que cumplieron con el requisito del reglamento de la convocatoria.

Ante tal situación, el Comité de Becas de la Itaipú transformó la norma quedando intacta formalmente –el 60 por ciento de rendimiento se mantuvo–, pero modificando su contenido: los 24 puntos fueron considerados en base al total de los puntos obtenidos en ambas asignaturas. Obviamente esto implicaba no haber alcanzado el porcentaje mínimo requerido en una de las dos materias establecidas por el reglamento original del 2016.

Con esa determinación y anulando una pregunta del cuestionario que no reunió la condición de redacción óptima, ingresaron 636 estudiantes, a los cuales hay que agregar 9 plazas para discapacitados e indígenas, con lo cual la cifra se eleva a 645.

Desde una perspectiva populista se hubiera dado como una relevante conquista que las plazas aprobadas finalmente ascendieran de manera categórica. Ese es, sin embargo, un criterio de atajo fácil que solo contribuye a alentar la mediocridad.

Hubiera sido penoso y lamentable, sin duda alguna, que la Itaipú dejara de invertir en unos 800 compatriotas jóvenes que, en gran porcentaje –de no recibir el apoyo del Estado para alcanzar un título universitario en carreras técnicas, ya que las humanísticas han quedado tácitamente excluidas por el reglamento– se hubieran quedado con el sueño trunco.

Sin embargo, de haberse mantenido la totalidad de las exigencias originales de la convocatoria de la beca para estudiantes con aspiraciones universitarias y promedios 4 como mínimo, Itaipú le hubiera hecho un gran bien a la excelencia educativa.

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