Este domingo, gran parte de la población se apresta a vibrar con el encuentro más clásico del fútbol paraguayo, entre los tradicionales y populares clubes rivales Olimpia y Cerro Porteño.
La ocasión es propicia para realizar una exhortación, principalmente a quienes forman parte de las barras bravas de ambos clubes, para redoblar los esfuerzos y tratar de evitar la ola de violencia que en las últimas semanas viene enlutando a familias como resultado del absurdo fanatismo.
Lo ocurrido el pasado martes 9 de mayo, cuando el joven Carlos Milciades Ucedo, hincha del club Olimpia, fue asesinado a tiros en el barrio Laurelty de Luque, cuando regresaba a bordo de una moto, presuntamente atacado por miembros de otra barra del Cerro Porteño, es la secuencia de una historia tantas veces repetida en torno a los colores de una pasión deportiva que debería motivar a la alegría, a la fraternidad, a la vida sana, pero que sin embargo promueve una violencia que siega vidas y deja luto en las familias. En el caso del joven Ucedo, quedan cuatro hijos huérfanos que han perdido a su padre a edad muy temprana.
Lo lamentable es que la misma trágica historia de violencia continuó luego el miércoles 10, cuando la humilde vivienda de la señora Angelina Bogado, en Isla Bogado, Luque, donde viven sus hijos, miembros de una barra cerrista, fue baleada presuntamente por miembros de la barra del Olimpia a la que pertenecía Ucedo, quienes dispararon desde la calle, a bordo de motocicletas, como una acción de venganza por el crimen del hincha. Afortunadamente, en esta ocasión no se registraron víctimas fatales, pero la “guerra de barras bravas” quedó instalada en ambos barrios luqueños.
No hay dudas de que por detrás del fanatismo y la pasión futbolística llevados hasta situaciones de violencia acechan otros elementos, como el microtráfico de drogas y el consumo de alcohol, además de la falta de fuentes de trabajo y situaciones de marginalidad que afectan a los jóvenes, pero en el caldo de cultivo inciden mucho las actitudes de los dirigentes de clubes deportivos que estimulan estas situaciones, buscando contar con barras enardecidas para alentar a sus equipos en la cancha. El reparto de entradas gratis y de sumas de dinero para que las barras se predispongan a alentar al equipo suele tener un efecto contrario cuando todo culmina en hechos de violencia, muy difíciles de controlar.
La violencia nunca es buena, menos en el ámbito del deporte, que debería ser un espacio de encuentro, de confraternidad, de recreación sana. Hace falta que los dirigentes deportivos sean más responsables y establezcan límites a sus seguidores. Hace falta también que las autoridades policiales y de la Justicia sean más estrictas en los controles y en las medidas de seguridad. Hace falta que la sociedad asuma que, lejos de vivir el fútbol como una fiesta, la violencia solo traerá más dolor y pena.