25 abr. 2024

Evangelizar el bolsillo

La reflexión del párroco sobre el ayuno y la limosna en la Iglesia de San Francisco nos golpea de manera especial en el encuentro con el paralítico y su infaltable presencia dominical, sentado a la puerta del templo, con la mano derecha extendida y suplicante. Está también a su izquierda la ancianita sin dientes, arrugadísima en sus tristezas, tratando de animar la ayuda, a pesar de la competencia del inválido. Estos y otros dramas nos sacuden especialmente con las palabras del pa’i: “Si no les han dolido las tripas por el hambre, nunca podrán comprender la pobreza extrema, la del que no tiene qué llevarse a la boca”. Y continúa: “Por esta experiencia de ayuno, nos ponemos en lugar del que pasa hambre y apuramos nuestra generosidad”.

Por Carmen Cosp

Por Carmen Cosp

Celebramos la disminución de la extrema pobreza en los últimos años en nuestro país (cualquiera sea la cifra). Pero preocupa nuestra acción concreta como ciudadanos, como cristianos, o simplemente como humanos. No podemos tener hijos o hermanos de la patria que adolecen del pan vital de cada día.

¡Qué difícil nos resulta desprendernos! Para poner solo algunos ejemplos: todavía se escucha el tintineo de las monedas en la canasta parroquial o en las manos del prójimo cuando sabemos que con ellas no se puede adquirir casi nada. Todavía conservamos prendas “por si acaso algún día adelgazo o engordo”, todavía amontonamos en el depósito de la casa o empresa sillas, escritorios, herramientas, juguetes y una lista sin fin de enseres que puestos a disposición de otros dueños, mejorarían su calidad de vida. Todavía les peleamos a los pocos impuestos que tenemos que pagar en Paraguay, sacando por aquí, restando por allá, con actitud tacaña e irresponsable.

Y seguimos acumulando… propiedades, tierras y capital que quedarán para dividir la familia, pero seguimos juntando, sin descanso, olvidando que solo llevaremos nuestras obras de amor.

Necesitamos cambiar el chip, para ser más felices y libres. Necesitamos actuar en contra, para hacer lo opuesto a la natural tendencia de acaparar (San Ignacio lo llamaba agere contra) con algunas acciones heroicas como estas: obligarnos a dar en limosna el billete más grande del Banco Central, poner a disposición todo lo que hace un año tenemos guardado, hacer una donación que nos duela. Emprender así una guerra contra nuestro egoísmo y angurria, para constatar la alegría del desprendimiento y enriquecer el equipaje.

En esos pobres extremos está Jesús, no hay que buscarlo más lejos, lo dio todo y se hizo pan para que nunca faltara en ninguna mesa. “Porque tuve hambre y me diste de comer”. Es demasiado claro. Él cuenta con nosotros, no tiene otras manos, ni otra voz que la nuestra para construir un orden social más equitativo en nuestra patria.

Que Jesús en esta Pascua nos libere y regale la alegría de compartir el “pan”, hasta vaciar los bolsillos.

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