De modo abrupto e inesperado, el año pasado, la mayor parte de los estudiantes de la UNA comenzaron un proceso cuyo propósito es transformar esa casa de estudios solventada por el Estado –es decir por los ciudadanos que pagan sus impuestos al Ministerio de Hacienda– en una institución que supere sus antiguos vicios y se convierta en una herramienta esencial para el desarrollo del Paraguay.
La presión inicial ejercida por los estudiantes obtuvo, en corto tiempo, resultados que parecían imposibles de ser alcanzados. El encarcelamiento del rector de la UNA, Froilán Peralta, acusado de corrupción, fue un capítulo inédito de las luchas estudiantiles.
A ese hecho capital se sumaron otros tantos en el ámbito judicial, como en el académico. El estudio de un nuevo Estatuto fue el eje central de un cronograma de acciones que requería acciones concretas y sustentables en el tiempo.
Pronto, sin embargo, se observó que las fuerzas retardatarias empotradas en el poder de la UNA continuaban ejerciendo su influencia nefasta. El nuevo rector, Abel Bernal Castillo –que formaba parte de la rosca podrida de la máxima autoridad universitaria que estuvo en la cárcel–, fue la cabeza visible de un sistema que se resiste al cambio e intenta ganar tiempo para que la rebelión estudiantil pierda aliento masivo y, entonces, se vuelva a las andadas.
Esa traba se vio claramente en la Asamblea Universitaria que estudia los estatutos. Los cambios propuestos por el estamento estudiantil tropezaron con la férrea oposición de los que, en materia de representación de los alumnos, mantuvieron una mayoría que les permitirá gobernar casi sin contrapeso la institución de gestión pública.
El estudio de los estatutos, sin embargo, no concluyó aún. Aún quedan por analizar y aprobar relevantes capítulos que atañen a aspectos cruciales del manejo de la institución. Por lo tanto, los estudiantes tendrán que poner su máximo empeño para que salga, finalmente, un instrumento legal que sirva eficazmente a un nuevo modelo de universidad pública.
Si los estudiantes bajan la guardia, lo más seguro es que el soñado cambio en la UNA quede en aguas de borrajas. La táctica de las autoridades que pretenden echar por tierra los logros estudiantiles es dejar que trascurra el tiempo para que las movilizaciones pierdan fuerza.
Por lo tanto, después de las vacaciones, desde el primer día de clases, los dirigentes de los alumnos tendrán que concienciar a sus compañeros que la lucha continúa. Y que no hay que echar a perder una ocasión tan propicia para establecer las reglas de juego de una nueva universidad.