17 abr. 2024

Esclavos del sector público

Por Alberto Acosta Garbarino Presidente de DENDE

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Alberto Acosta Garbarino

Hace muchos años tuve la oportunidad de leer un libro sobre la historia de la India, donde se narraba cómo una empresa inglesa llamada Compañía Británica de las Indias Orientales –con menos de 15.000 hombres– gobernó durante más de cien años y con mano de hierro, a los más de 300 millones de habitantes que en aquel entonces poblaban ese inmenso país.

Ese libro despertó en mí una gran curiosidad por entender cómo una pequeña minoría puede gobernar a una inmensa mayoría. ¿Cuáles son las causas por las cuales se obedece a esa minoría?

Me encontré con que las causas son muy variadas, pero entre las más importantes se pueden citar: la costumbre, el miedo, la conveniencia y la falta de organización.

El paraguayo en general es una persona que tiene la costumbre de obedecer a quien ostenta el poder.

Se puede ver esa sumisión a la autoridad en el Gobierno, en las empresas y en las familias.

Esta costumbre es producto de nuestra historia, donde las numerosas y largas dictaduras que padecimos, han hecho que el paraguayo tenga al miedo como una segunda piel, como muy bien lo explica Helio Vera en su libro En busca del hueso perdido.

Durante la dictadura de Stroessner al miedo se le sumó la conveniencia, que se reflejó en la famosa frase del dictador “a los amigos todo, a los enemigos palos y a los indiferentes la ley”.

Casi todos los amigos eran proveedores del Estado o trabajaban en el sector público, que era pequeño y muy mal pagado, pero carcomido por el clientelismo y la corrupción.

La mayoría de los enemigos se encontraba en la sociedad civil, casi todos paralizados por el miedo.

Esta situación cambió radicalmente desde 1989 con el advenimiento de la democracia a nuestro país, donde la sociedad civil si bien fue perdiendo el miedo a la represión, no se ha organizado convenientemente para controlar e influir en el accionar de la clase política.

Los que sí se han organizado convenientemente han sido los funcionarios del sector público, que crearon poderosos sindicatos –que hasta entonces estaban prohibidos– y desde sus inicios obtuvieron más y más beneficios, como grandes aumentos salariales, numerosas bonificaciones, varios aguinaldos, menos horas de trabajo y estabilidad laboral.

Los que también se han “organizado convenientemente” son los políticos que “democratizaron” el clientelismo y la corrupción que en la era stronista estaba reservada a los jerarcas del régimen.

Para la incipiente clase política que tenía que ganar elecciones para ser presidente, senador, diputado, gobernador o intendente, el sector público era el lugar ideal donde incorporar operadores para sus campañas electorales y obtener dinero para su financiamiento y... para su enriquecimiento personal.

Solo a modo de ejemplo, en los últimos diez años el número de funcionarios públicos creció de 190.000 a 280.000 y el monto total gastado en Servicios Personales pasó de 6,2 a 23,9 billones de guaraníes... “se corrompió la corrupción”, como dice Gonzalo Quintana.

Mientras tanto la ciudadanía observa indignada e impotente este latrocinio perpetrado por políticos y sindicatos públicos contra al dinero del Estado. Mejor dicho contra el dinero de los contribuyentes, de nosotros los ciudadanos que pagamos nuestros impuestos y que esperamos que los mismos se inviertan en infraestructura, en seguridad, en educación y en salud.

Lo ocurrido esta semana con la aprobación en la Cámara de Diputados del triple aguinaldo a sus funcionarios ha llenado de indignación a la inmensa mayoría de la población.

Ojalá sea esta la gota que haya colmado el vaso y que sea el inicio de una sociedad civil mucho más organizada, para poder cumplir su rol de soberano, de mandante y de contribuyente.

Y no de esclavo del sector público, como hasta ahora.

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