Sea cual fuese la actitud que se asuma ante lo religioso, no cabe duda de que estos días de Semana Santa conllevan un mensaje que puede ser vinculado con la realidad de nuestro país. La primera parte es la que atañe a la angustia, el dolor y el camino de la cruz. Es un recorrido arduo, difícil y poblado de amarguras.
El Paraguay, a lo largo de su historia, ha transitado también una vía jalonada de sinsabores, desesperanzas y abandono. Ni los que desde el ejercicio del poder han conducido su destino, ni la sociedad civil atrapada en gobiernos que solo han representado los intereses de unos pocos han sabido sumar esfuerzos, inteligencia y grandeza para hallar la manera de reducir sustancialmente las desigualdades sociales y construir una patria equitativa.
Los gobiernos, anteponiendo sus intereses mezquinos, codicia y egoísmo, han olvidado que su tarea es encontrar los mecanismos que permitan a todos los habitantes del país alcanzar una vida digna. Por eso, un gran segmento social vive aún excluido de los beneficios de una sociedad que ha ido alcanzando mejores niveles de vida.
La Justicia, antes que una instancia para reparar ofensas, devolver bienes y castigar a los culpables, se ha convertido en un medio en el que el argumento del dinero deja de lado la razón de la ley, para convertirse en un mercado en el que se enseñorean las influencias políticas y el soborno.
La salud y la educación, que son bienes supremos para los habitantes de una República, han sido reducidos a la mediocridad y el abandono, cerrando de esa manera a muchos ciudadanos la oportunidad de alcanzar una calidad de vida que les permita liberarse de limitaciones, aprovechar oportunidades y forjarse un destino con autodeterminación.
La corrupción se ha convertido en un mal empotrado no solo en las instancias de la Administración Pública sino que se ha extendido también al dominio de lo privado, porque muchas conciencias desconocen ese valor supremo que es la honestidad en cualquier circunstancia de la vida.
El doloroso viacrucis de nuestro pueblo tiene varias aristas más. Todas están signadas por voluntades humanas que carecen de la magnanimidad, el sentido de Justicia, la lucidez y el coraje para emprender proyectos que permitan dejar de lado las viejas prácticas de antivalores que condenan al país al atraso y la pobreza.
La segunda parte de lo que se ha transmitido a lo largo de siglos y aún perdura en la memoria colectiva es la esperanza. Es la superación de los días de sangre y llanto a través de una aurora que derrota a la mismísima muerte.
El Paraguay también necesita de esa Pascua que es abandonar las prácticas donde se originan sus pesares para transformarse en una nueva Nación con políticos diferentes, justicia social, seguridad, honestidad, sentido de solidaridad, respeto y oportunidades para todos. Las elecciones son un buen momento para dar un salto cualitativo e iniciar un proceso de resurrección en el que vayan quedando atrás los sinsabores de la pesada cruz sobre los hombros y se inicie una etapa de esperanzas.