En un primer momento decimos que son contra Dios. Y esto es lo que quiero tratar de explicar.
Con frecuencia he escuchado frases como esta: “Si a mí me gustan, por qué no es eso de agrado de Dios” .
Frases que intentan mostrar que el pecado fuera como un capricho de ese ser supremo al que los creyentes le damos el puesto de Dios.
El comentario que quiero dar se apoya en cómo sea para cada uno de nosotros , el Dios en el que creemos.
Doy por supuesto que Dios pertenece a otra dimensión que solamente alcanzaremos a conocer en sí cuando nos encontramos con él después de dejar esta vida.
Sin embargo, algo podemos vislumbrar revelado en las Sagradas Escrituras, especialmente, en los evangelios de Jesús.
Personalmente, la gran revelación de Jesús es que Dios es padre, y es como nuestra madre. El papa Francisco repite: “Dios es misericordia”.
Y esto hay que asimilarlo humanamente. Es tener conciencia de un amor de Dios tan grande hacia nosotros que todo aquello que disminuye, deteriora y destroza nuestra humanidad es contra su voluntad.
Todo esto es teología (la ciencia sobre Dios), pero el problema está en que todo esto se comprenda sicológicamente. En concreto, que nos convenzamos de que no solamente el matar a otros, sino el dañarle materialmente, inclusive el hundirlo por la maledicencia, el arruinar nuestra salud con los excesos o la droga, el hacer más pobres a los pobres por la corrupción, el sumir en el engaño o las falsas promesas políticas al pueblo, etc., etc., no solamente disminuye, deteriora y destroza la humanidad del que hace esto, sino además a otras muchas víctimas.
Por eso el pecado es contra Dios porque es contra nosotros. Y esto no lo quiere el padre de todos.