En el pueblo judío se consideraba impura no solamente la mujer afectada de una enfermedad de este tipo, sino todo lo que ella tocaba. Por eso, para no ser notada por la gente, se acercó a Jesús por detrás y tocó tan solo su manto. “Tocó delicadamente el ruedo del manto, se acercó con fe, creyó y supo que había sido sanada...”.
El papa Francisco, al respecto del evangelio de hoy, dijo: “Jesús alabó mucho la fe de la hemorroísa, de la cananea o del ciego de nacimiento y decía que quien tenga fe como un grano de mostaza puede mover montañas. Esta fe nos pide dos actitudes: confesar y confiar”. Sobre todo confesar. […]
Yo me atrevo a decir que el termómetro de la vida de la Iglesia está un poco bajo en esto: hay poca capacidad de adorar, no tenemos mucha, algunos sí... Y esto porque en la confesión de la fe nosotros no estamos convencidos o estamos convencidos a mitad. Por tanto, la primera actitud es confesar la fe y guardarla. La otra actitud es confiarse.
El hombre o la mujer que tiene fe confía en Dios: ¡confía! Pablo, en un momento oscuro de su vida, decía: ‘Yo sé bien de quien me he fiado’ ¡De Dios! ¡Del Señor Jesús! Confiar: y esto nos lleva a la esperanza. Así como la confesión de la fe nos lleva a la adoración y a la alabanza a Dios, el fiarse de Dios nos lleva a una actitud de esperanza. Hay muchos cristianos con una esperanza demasiado aguada, no fuerte: una esperanza débil. ¿Por qué? Porque no tiene la fuerza y la valentía para confiarse al Señor. Pero si nosotros cristianos creemos confesando la fe, también guardándola, haciendo custodia de la fe y confiando en Dios, en el Señor, seremos cristianos vencedores. Y esta es la victoria que ha vencido al mundo: ¡nuestra fe!”.
(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal, y http://es.catholic.net/op/articulos/49027/cat/337).