Algunos síntomas revelan que a medida que pasa el tiempo sigue sin cuajar la relación entre el empresario y el Partido Colorado, un matrimonio por conveniencia que empieza a mostrar demasiado pronto que el dinero sacia ansiedades, pero nunca es suficiente para sostener una relación.
Y es justamente el dinero (léase cargos en el Estado, los negocios del Estado) la causa de algunos alejamientos, de los cuestionamientos o de los silencios de muchos que lo apoyan, pero que optan por mirar desde arriba, esperando que el viento les favorezca.
el vicepresidente. El sureño Juan Afara debería ser el primer abogado del presidente, pero es quizás el vicepresidente más silencioso de toda la transición. Su único rol, que es ser nexo con el Congreso, cumple a medias, y no se lo oye defendiendo un proyecto del Ejecutivo ni vituperar contra proyectos que atenten contra los planes del Ejecutivo. Con la mesa de diálogo con los sectores sindicales demostró que puede ser un buen apagador de incendios, pero su reserva raya el abandono. En el núcleo empresarial del Palacio lo miran con desconfianza porque consideran que está más metido en “negocios” que en la política, aunque discretamente va haciendo camino hacia el 2018.
Afara es un vicepresidente mudo.
ANR. La presidenta Lilian Samaniego apoya la gestión de Cartes, pero no tiene oratoria ni la fuerza arrolladora para confrontar. Su gestión se concentra en la administración, donde nada sin dificultad. No es fácil controlar un partido cuya esencia es la política clientelar. Es la que debe justificar a Cartes ante los cada vez menos pacientes seccionaleros. Hay cargos, pero no para todos. Ahora hay que concursar, por lo menos para las apariencias, son las nuevas-viejas reglas que están obligados a jugar los viejos de la política que retornaron al poder para seguir asaltando al Estado. Lilian juega astutamente. Ya fue presidenta del partido gracias al apoyo económico de Cartes y su hermano Arnaldo busca la reelección en Asunción con el decidido apoyo gubernamental.
Galaverna. El senador no en vano es considerado un Maquiavelo de toda la transición. Es un gladiador defendiendo sus ideas y la de sus líderes de turno. Pero el peor enemigo de Galaverna es Galaverna. Aunque es un viejo tiburón que navega las aguas del poder hace más de dos décadas, la cercanía al núcleo del poder lo desborda. Es como si le encandilara haciéndole perder la perspectiva. Al tocar el poder se desequilibra y pierde la moderación. Pruebas sobran. Cuando quedó al frente de la presidencia de la República, siendo titular del Congreso en la era González Macchi, por poco no le declaró la guerra al Uruguay y la Argentina, porque dieron asilo a oviedistas. Cuando inauguró la sede del Congreso, en un acto desprovisto de institucionalidad, le dio al hijo el honor de desatar la cinta. Cuando convenció a Cartes para ser candidato colorado se convirtió en su jefe de campaña de facto y creyó ser más que el candidato. Tanto que el propio Cartes se deshizo de él públicamente en una convención. Curadas las heridas, Cartes manifestó su deseo de que Galaverna sea el futuro titular del Senado. Y Galaverna volvió a desbordarse. Fiel a su estilo soberbio volvió a criticar a todo el mundo, y, especialmente, a dueños de medios de comunicación, que como discurso caerá muy bien, pero al Gobierno no le conviene ningún enfrentamiento con la prensa. Eso lo sabe cualquier asesor de segunda. Galaverna está más interesado en sus batallas personales y ese es su pecado capital. Por eso no corrió su candidatura ni en su propia bancada.
El opositor. Julio Velázquez sigue dándole palo a Cartes. La ruptura, se sabe, es lisa y llanamente por cargos en el Estado. Su discurso troglodita suena mal en estos tiempos, pero es la semilla que puede germinar en el campo fértil de un partido cuya masa sigue pensando en el patrimonialismo estatal.
El gobierno. El gabinete que el presidente eligió es eminentemente técnico. Su origen empresarial lo acerca más a los números que al discurso. Hoy ya está cansado de la burocracia y de las leyes que traban todo. Se irrita porque los medios no titulan sus logros. Cuando le dicen que él debe salir a cantar los buenos números, responde: “yo debo hacer goles, no cantarlos”.
Se sabe que la gente presta más atención a las cosas que se dicen que a los hechos y los contenidos. Cartes no comprende que la política es hacer equipos, dialogar, concertar y sobre todo contar. Si no quiere cantar él mismo los goles, debe tener buenos defensores políticos creíbles, no los mismos zorros vestidos de ovejas que esquilmaron el Estado.
El tiempo puede agotarse más rápido de lo pensado. Eso lo sabe un político, que canta hasta los goles en contra.