En estos días muchos paraguayos peregrinan a Caacupé. Es un fenómeno similar al de Santiago y otros puntos de peregrinación del planeta. Precisamente, a menudo se escucha decir a los caminantes, siguiendo al poeta Machado, que no hay camino, sino que “se hace camino al andar”.
¿Y qué vemos últimamente en este transitar histórico de nuestro pueblo? Una presión cada vez mayor por legalizar nuestras conductas sociales basadas en simples deseos individuales, una educación sesgada aunque con pretensiones muy abarcantes de todos los órdenes, pero un estilo de vida cada vez más diluido en cuanto a sentido y prospección... ¿Un síntoma de todo este malestar? La proliferación de jóvenes alcoholizados que forman grupos a los costados del mismo camino de los peregrinos de Caacupé. Ya no basta el patio de la casa o la discoteca para desahogar las frustraciones o evadirlas con droga, alcohol y música a todo volumen, ahora hay que ir a la carretera. De alguna manera, esta es una provocación que nos hace considerar que se cumple aquí también lo que dijo esta semana el papa Francisco al Parlamento Europeo: “Una de las enfermedades que veo más extendidas hoy en Europa es la soledad, propia de quien no tiene lazo alguno. Se ve particularmente en los ancianos, a menudo abandonados a su destino, como también en los jóvenes sin puntos de referencia y de oportunidades para el futuro”...
Es casi automático preguntarse ante este espectáculo doloroso que se suma al de la violencia y de la inseguridad en aumento, a pesar de las leyes y de la mentalidad cada vez más controladora que tenemos, ¿en dónde estamos fallando desde la familia, centro y origen de la educación humana?
En el fondo es un problema de mirada sobre la dignidad de la persona y justamente sobre ello advertía Francisco a los parlamentarios del Viejo Continente: “Es necesario retomar la confianza en el hombre, no tanto como ciudadano o sujeto económico, sino en el hombre como persona dotada de una dignidad trascendente”.
Para esto necesitamos retomar lo mejor de la tradición humanista de Occidente, como decía el especialista Benigno Blanco, del Foro de Familia de España, hablando de la disolución del concepto de familia.
En este sentido, Paraguay tiene mucho que rescatar de su tradición, incluso puede llegar a ser un faro de luz en materia de humanidad, dados los errores institucionalizados y la confusión que proliferan en países donde se aprueban leyes deshumanizantes en nombre de un falso concepto del derecho individual.
Estamos en camino y en la carretera vemos de todo, fe y también desilusión total. Nos toca a los adultos y, principalmente, a los que somos padres de familia, encender luces con el combustible que nos es dado por nuestra naturaleza racional y por nuestra rica tradición en valores familiares.