Al amanecer de la historia humana pronto nos encontramos con fenómenos naturales (tormentas, terremotos, etc.), que nos superaban y que fuimos uniendo con esa semilla de infinitud que llevábamos dentro por aquello de ser creados, según la “Palabra de la Biblia”, “a imagen y semejanza de Dios”.
Todo esto llevó a los primeros seres a presentarse la realidad de la muerte como expresión del comienzo del camino hacia aquello que nos atraía, cuyas muestras (por ejemplo, los alimentos y enseres con que los enterraban) encontramos ya en el Paleolítico y que aún en tiempos de los romanos quedan restos en algunas de sus tumbas.
Espacio de tiempo inmenso que muestra la infinitud del Dios desconocido y buscado, y el esfuerzo profundo de la humanidad en la búsqueda.
Con la unión de los seres humanos en asentamientos y comienzo del neolítico con la agricultura, la fe en lo divino con los siglos nos llevará a la existencia de la Biblia y crecerá de la fe en muchos dioses a la fe en un solo Dios. Un salto grande fue la presencia hace 21 siglos de Jesucristo. Él participa en la cultura religiosa de todo el Neolítico, expresada en el altar, el sacerdocio y la víctima. Pero su buena noticia no se agota en ello. Su figura se proyecta luminosa hasta el fin de los tiempos.
Escribo este resumen popular porque estamos empezando como una nueva época posneolítica que todavía no tiene nombre. Nuestra fe y nuestra relación con Dios (religión) se profundizarán a lo largo de muchos siglos, pero de una manera nueva.
Con esperanza vayamos avanzando en la búsqueda de Dios.