La razón más fuerte es la económica. La pobreza creciente pone fuera del alcance de muchos la adquisición de los medicamentos. Y para los empobrecidos, inclusive, la atención médica es la peor. En calidad y en el trato humano que reciben.
En el Paraguay existen dos causas curiosas. Una propia de nuestra geografía. Estando enfermo un campesino desde su chacra, a 40 o 30 kilómetros del más cercano centro de salud, no puede ir andando. Su pequeña enfermedad no la puede curar y un día crecerá y será mortal.
La otra razón es el prebendarismo. Se roban medicinas para darlas a los correligionarios. ¿Y los demás?
Pero los impedimentos más graves para su salud son los que tienen nuestros niños, inclusive antes de nacer.
La pobreza creciente hace que muchas madres no se alimenten bien. El feto de la embarazada sufre las consecuencias. Y lo terrible es que tanto en el seno materno como en los dos primeros años, la falta de alimentación adecuada crea males para el presente, pero, sobre todo, tiene repercusiones para el futuro. Y es vergonzoso que esto suceda en el país donde por la soja y la carne, producidas en cantidad, tiene la capacidad de alimentar a más de 70 millones de personas.
Cito algunos.
La desnutrición infantil influye en el desarrollo del cerebro impidiendo las conexiones de todas sus células. Cuando sean mayores serán jóvenes con capacidad limitada para estudiar. Crea facilidad orgánica para la obesidad, además de lo señalado de la falta del desarrollo y unión de las neuronas en el cerebro. La desnutrición infantil es un mal en el presente de sus pocos años, pero sobre todo tiene secuelas para toda su vida.