La Constitución Nacional define perfectamente, en su artículo 118, el carácter cívico del voto al prescribir: “El sufragio es derecho, deber y función pública del elector. Constituye la base del régimen democrático y representativo”. Durante la larga tiranía que imperó en el país, entre 1954 y 1989, los ciudadanos no tenían ninguna capacidad de incidir en la realidad que los circundaba; eran sujetos pasivos de la historia: de la voluntad de un solo hombre dependía su permanencia en el poder y la digitación, vía decreto, de los gobernadores (en aquel entonces denominados delegados de gobierno) y de los intendentes municipales. Esta realidad cambió definitivamente con la Constitución de 1992.
La elección es el culmen de un régimen democrático. Es el momento en el que el pueblo, en ejercicio de su soberanía suprema, toma las riendas de su destino y decide por sí y ante sí a aquellos que lo gobernarán por un periodo determinado, no por todo el tiempo que se le antoje a la voluntad omnímoda de un solo ser. Cabe aquí, pues, la sentencia de don Augusto Roa Bastos, gloria eterna de las letras paraguayas: “Un pueblo solo es libre por voluntad del espíritu colectivo, y por nadie más que por él mismo puede ser liberado”.
Ha sido cosa frecuente en los últimos 23 años de ininterrumpido ejercicio democrático constitucional que los ciudadanos expresaran su disconformidad por la forma en la que venían siendo gobernados, tanto a nivel nacional, como departamental y municipal. La elección es, entonces, ese momento preciado en el que tenemos la capacidad de incidir directamente en la realidad que nos circunda, produciendo las transformaciones y las alternancias políticas que sean necesarias para elevar la calidad de nuestra vida.
Esta capacidad de escoger entre distintas propuestas políticas es tal vez más sensible en las elecciones municipales, ya que el voto nos permite designar a aquellos que se encargarán de mejorar el hábitat en el que se desenvuelve nuestra vida cotidiana, de quienes deben ocuparse directamente de hermosear nuestros espacios públicos, ofrecer servicios sanitarios y educativos, reparar avenidas y calles, así como organizar tareas tan elementales como la recolección de residuos.
La participación es la herramienta más apta para transformar nuestras ciudades y pueblos, al mismo tiempo que la garantía de que el día de mañana estaremos investidos de la autoridad moral necesaria para exigir el respeto y el cumplimiento de nuestros derechos. Si lo queremos, estamos en condiciones de tomar el destino en nuestras propias manos y generar los cambios anhelados.
Ejerzamos, pues, este derecho con una alta consideración hacia nuestros deberes cívicos, rechazando cualquier propuesta orientada a convertirnos en cautivos de politiqueros inescrupulosos y corruptos. En la esperanza de que nuestro sistema democrático salga fortalecido con las elecciones del domingo, hacemos un llamado a todos, paraguayos y extranjeros radicados en el país, a acudir masivamente a la urnas para expresar de manera solemne y contundente su voluntad de vivir en una sociedad abierta, plural y transparente.