18 abr. 2024

El valor de la oración

Hoy meditamos el Evangelio según San Mateo 15, 21-28. La constancia en la oración nace de una vida de fe, de confianza en Jesús que nos oye incluso cuando parece que calla. Y esta fe nos llevará a un abandono pleno en las manos de Dios. “Dile: Señor, nada quiero más que lo que Tú quieras. Aun lo que en estos días vengo pidiéndote, si me aparta un milímetro de la voluntad tuya, no me lo des”. Solo quiero lo que Tú quieres y porque Tú lo quieres.

El Señor desea que le pidamos muchas cosas. En primer lugar, lo que se refiere al alma, pues “grandes son las enfermedades que la aquejan, y estas son las que principalmente quiere curar el Señor. Y, si cura las del cuerpo, es porque quiere desterrar las del alma”.

Suele suceder que “apenas nos aqueja una enfermedad corporal, no dejamos piedra por mover hasta vernos libres de su molestia; estando, en cambio, enferma nuestra alma, a veces todo son vacilaciones y aplazamientos (...): hacemos de lo necesario accesorio, y de lo accesorio necesario. Dejamos abierta la fuente de los males y pretendemos secar los arroyuelos”.

Para el alma podemos pedir gracia para luchar contra los defectos, más rectitud de intención en lo que hacemos, fidelidad a la propia vocación, luz para recibir con más fruto la Sagrada Comunión, una caridad más fina, docilidad en la dirección espiritual, más afán apostólico... También quiere el Señor que roguemos por otras necesidades: ayuda para sobreponernos a un pequeño fracaso; trabajo, si nos falta; la salud... Y todo en la medida en que nos sirva para amar más a Dios. No queremos nada que, quizá con el paso del tiempo, nos alejaría de lo que verdaderamente nos debe importar: estar siempre junto a Cristo.

A Jesús le es especialmente grato que pidamos por otros. “La necesidad nos obliga a rogar por nosotros mismos, y la caridad fraterna a pedir por los demás. Es más aceptable a Dios la oración recomendada por la caridad que aquella que está motivada por la necesidad», enseña San Juan Crisóstomo.

El papa Francisco a propósito del Evangelio de hoy dijo: “Una mujer valiente, una cananea, o sea una pagana, pide a Jesús librar a su hija del demonio. Es una madre desesperada y una madre, ante la salud de un hijo, hace de todo. Jesús le explica que él ha venido antes por las ovejas de la casa de Israel, pero se lo explica con un lenguaje duro:

“Deja que antes se sacien los hijos; no está bien tomar el pan de los hijos para tirárselo a los cachorros”.

Esta mujer, que ciertamente no había ido a la universidad, sabía cómo responder. Y responde, no con su inteligencia, sino con sus entrañas de madre, con su amor: “¡Es verdad, Señor, pero los cachorros, debajo de la mesa, comen las migajas que dejan caer los hijos!”.

Esta mujer no tuvo vergüenza y por su fe Jesús le hizo el milagro: Se expuso con el riesgo de hacer un papelón, pero insistió, y pasando del paganismo y de la idolatría encontró la salud para su hija y encontró para ella al Dios viviente.

He aquí el camino de una persona de buena voluntad, que busca a Dios y lo encuentra. El Señor la bendice.

¡Cuánta gente hace este camino y el Señor la espera! Pero es el mismo Espíritu Santo que los lleva adelante para realizar este camino. Cada día en la Iglesia del Señor hay personas que realizan este camino, silenciosamente, para encontrar al Señor, porque se dejan llevar adelante por el Espíritu Santo.

[...] Recorramos el camino de aquella mujer cananea, de aquella mujer pagana, acogiendo la Palabra de Dios, que ha sido plantada en nosotros y que nos llevará a la salvación.

Que la Palabra de Dios, poderosa, nos custodie en este camino y no permita que terminemos en la corrupción y esta nos lleve a la idolatría”.

(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal, y https://www.pildorasdefe.net)