El pasado 3 de febrero a la noche, después de las movilizaciones en recordación del 28 aniversario de la caída de la dictadura stronista (1954-1989) y del repudio a ese modelo e ideología aún preponderantes, se produjo un incidente en la Escuela de Ciencias Sociales y Políticas UNA, que terminó sintetizando, como una triste metáfora, lo que todavía representan el pensamiento y las prácticas dictatoriales en el país.
Pasadas las 19.00 salieron diversos grupos universitarios y de organizaciones sociopolíticas de la ex sede de la Facultad de Derecho bajo el lema Hasta aquí llegaron. Concluida la protesta, los estudiantes regresaron hacia las 21.00 para recoger sus cosas o asistir a la última hora de clase. Las puertas estaban cerradas y la explicación del portero fue que ya nada había. Reclamos, presencia policial y repudios de por medio, lograron que un grupo pasara. Adentro había actividad y estaban los directivos del Centro de Estudiantes. Hubo discusión, careos y acusaciones.
Más allá de las confrontaciones que terminaron desnudando serias desavenencias entre estudiantes de la Escuela con miembros del Centro, hay dos elementos que emergen preocupantes de lo sucedido. Por un lado la vieja práctica de cerrar las puertas para evitar que personas que no son del mismo pelaje ideológico ingresen al espacio universitario (que si es público es de todos y debe ser abierto); y por otro, el pensamiento conservador nacionalista de cierta dirigencia estudiantil que lleva a exabruptos como acusar, despreciar y excluir a otros por vestir short, zapatillas, pensar diferente y ser zurdo.
La historia enseña que todos los nacionalismos siempre terminaron consolidando prácticas fascistas con muchas veleidades provenientes del nazismo hitleriano. La mayoría de los crímenes contra los otros en nuestras sociedades son cometidos teniendo como motivación preponderante a cierto nacionalismo patriotero.
Es entonces cuando hallamos que ciertos rasgos del stronismo siguen intactos: Sectores de la juventud alienados por un pensamiento felonista, persecutorio y excluyente. Y una práctica estigmatizadora de lo diferente y un discurso criminalizante contra quienes protestan o cuestionan el modelo y el poder de turno.
Bajo la dictadura stronista las carreras como Sociología habían sido perseguidas y clausuradas para evitar “criar marxistas”. Hoy, sectores del estudiantado y del profesorado de esas carreras alientan ideas similares, en unas ciencias que tienen como fundamento entender procesos y sus contextos, y producir alternativas contrahegemónicas y democratizadoras.
Algo está mal en todo esto.