Cada Día del Trabajador las demandas por los derechos laborales se hace oír a lo largo de nuestra geografía. Ayer domingo, el silencio del feriado fue roto por las marchas de las centrales obreras cuyos sempiternos reclamos tronaban un año más. El día anterior los maestros hacían lo propio.
El próximo año se oirán de vuelta, pues este Gobierno se ha mostrado aún más insensible hacia la clase trabajadora que sus antecesores. La lucha obrera, por tal motivo, tiene todavía mucho por recorrer en este, de por sí, ya largo viacrucis reivindicativo. Como en todas partes, el obrerismo está signado por una histórica lucha. En Paraguay también, pero con la diferencia de que los logros han sido menos que los fracasos.
Desde el humillante maltrato a los mensúes de principios del siglo XX, nos hemos encontrado con un patronazgo que muy poco ha cedido a los derechos de sus empleados. Esta terquedad en reconocer las leyes no ha cesado hasta hoy, lo que convierte a la lucha de los trabajadores en algo muy necesario y actual.
Sin embargo, entre los innumerables tropiezos se encuentra la triste fisura creada por algunos líderes sindicales cuya corrupción no solo ha significado un retroceso en el proyecto por lograr mejores condiciones de vida a sus compañeros, sino una traición dolorosa a todos los que confiaron en ellos. Aunque fue un duro golpe, eso no ha significado el fin de las organizaciones sindicales sino su reagrupamiento y consecución de sus muy necesarios fines.
Un colega nos recordaba ayer esta imperecedera idea de Karl Marx: “El trabajador será revolucionario o no será nada. En la lucha no tiene nada que perder más que sus cadenas”. Aunque ya el materialismo histórico esté perimido como metafísica finalista; aunque la revolución ya no signifique lo mismo que en el siglo XIX, las cadenas siguen firmes y la lucha contra ellas también. La dialéctica de lucha de clases quizá deba ser reformulada, pero de que hay opresores que con mil artilugios subyugan a otros es una verdad que ni el peor ciego puede negarla.
Una cosa debe quedar siempre clara: la pelea de los trabajadores es en buena parte un litigio en el campo legal, es decir, por el cumplimiento de leyes ya establecidas y reconocidas como justas. Los pedidos no son caprichos sino que refieren a una cuestión de legalidad. Esto es lo más lamentable, pues prueba que el Gobierno está confabulado con factores de poder ligados a los patrones. Nada nuevo bajo el sol.
Los problemas son históricos y la lucha también. Aunque la dialéctica ya no convenza a muchos, la cosa sigue marchando más real que nunca e interpela a aquellos que trabajan día a día en condiciones insatisfactorias. Si la realidad ya no es movida por un materialismo histórica, poco importa; el sentido de injusticia social se sigue percibiendo y será el motor para que las reivindicaciones continúen.