Nunca pasa el dolor a nuestro lado dejándonos como antes. Purifica el alma, la eleva, aumenta el grado de unión con la voluntad divina, nos ayuda a desasirnos de los bienes, del excesivo apego a la salud, nos hace corredentores con Cristo..., o, por el contrario, nos aleja del Señor y deja el alma torpe para lo sobrenatural y entristecida.
Cuando Simón de Cirene fue reclamado para ayudar a Jesús a llevar su cruz aceptó al principio con disgusto. Fue forzado, escribe el Evangelista. En un primer momento solo miraba la cruz, y la cruz era un simple madero pesado y molesto. Después no se fijó ya en el madero, sino en el reo, aquel hombre del todo singular que iba a ser ajusticiado. Entonces todo cambió: ayudó con amor a Jesús y mereció el premio de la fe para él y para sus dos hijos, Alejandro y Rufo.
También nosotros hemos de mirar a Cristo en medio de nuestras pruebas y tribulaciones. Nos fijaremos menos en la cruz y daremos paso al amor. Encontraremos que cargar con la cruz tiene sentido cuando la llevamos junto al Maestro.
Con respecto al Evangelio de hoy, el papa Francisco dijo: “Jesús enseña a los apóstoles a ser como niños. Los discípulos peleaban sobre quién era el más grande entre ellos: había una disputa interna... el carrerismo. Estos que son los primeros obispos, tuvieron la tentación del carrerismo. ‘Eh, yo quiero ser más grande que tú...’. No era un buen ejemplo que los primeros obispos hagan esto, pero era la realidad. Y Jesús les enseñaba la verdadera actitud, la de los niños.
La docilidad, la necesidad de consejo, la necesidad de ayuda, porque el niño es precisamente el signo de la necesidad de ayuda, de docilidad para ir adelante... Este es el camino. No quién es más grande. Los que están más cerca de la actitud de un niño están más cerca de la contemplación del Padre.
(Frases extractadas del libro Hablar con Dios de Francisco Fernández Carvajal y http://es.catholic.net/op/articulos/8025/cat/331/quien-sera-el-mayor.html)