Y hace más de 35 años que al llegar el 31 de julio dedico el artículo a Ignacio de Loyola.
Ante todo lo hago por admiración.
Ignacio fue una de aquellas personas adultas que fuera capaz de dar un giro total a su vida y que continuando por ese camino se convirtiera en un santo de la Iglesia y en un personaje en su nuevo estado.
Todo esto en una búsqueda incansable. Adulto comenzó la escuela hasta llegar al doctorado en una de las mejores universidades de su tiempo, la Sorbona de París. Buscando vivir como Jesús, se fue a Palestina.
Siempre rodeado de la juventud, un maestro y, a pesar de la diferencia en años, un verdadero compañero de causa por la que luchar.
También escribo todo los años sobre Ignacio de Loyola por agradecimiento.
Camino feliz en la vida que tengo procurando seguir a Jesús y en eso me ha ayudado mucho la vida de Ignacio de Loyola.
Como atracción para intentar ser como él en el seguimiento a Cristo y entrar en la compañía de Jesús. Y, luego, en los años de preparación religiosa y universitaria, en total 17, inspirados en su esfuerzo en seguir a Jesús.
Todo esto y el trabajo posterior de 54 años en Paraguay, Argentina, Ecuador, Nicaragua, España y la vuelta definitiva al Paraguay, conforma mi vida. No soy ningún fenómeno en ella, pero me siento feliz.
En varias ocasiones ya lo he dicho: Si otra vez viviera, elegiría de nuevo ser jesuita, por supuesto con la adaptación a los nuevos tiempos. Agradezco a Ignacio de Loyola el haberme hecho caer en la cuenta de todo esto.