Hoy nos toca escribir sobre alguien a quien tuvimos el privilegio de conocer y de contar con su aprecio: el padre Pepe (José Valpuesta). Ayer dejó de existir entre nosotros.
Nuestros lectores seguramente lo recordarán porque durante 12 años publicó una columna de reflexión, todos los sábados, en el diario Última Hora. Tenía muchos seguidores.
Pa’i Pepe fue un jesuita español (sevillano) con una vitalidad extraordinaria, que irradiaba hasta en su forma de andar. Caminaba tan de prisa, casi corriendo, como si permanentemente estuviera compitiendo con el tiempo.
A pesar de su rica trayectoria de vida, fundada en la entrega a la Iglesia y a los hijos más desprotegidos de esta, el sacerdote mantuvo intactos el sentido de la humildad y el apego a la vida sencilla. Siempre con perfil bajo, a pesar de su grandeza y de sus obras.
Vivió en el Bañado Sur, en medio de la humedad, las calles cubiertas de agua servida, y el olor pestilente que se apodera de esa parte de la ciudad de Asunción, contigua al principal vertedero de basura de la capital.
“Aquí tengo la alegría de vivir entre los pobres”, nos había dicho una vez, esbozando una sonrisa.
Con su amigo, el padre Oliva, eligieron vivir, darse por completo, morir y ser enterrados en Paraguay, el país que adoptaron como suyo, y por el que desde las décadas del 60 y 70, respectivamente, han estado luchando para que fuera mejor.
Algunas víctimas sobrevivientes de la dictadura recordarán al padre Pepe como el religioso que asistió a los detenidos y torturados por la policía stronista en la cárcel de Abraham Cué (San Juan, Misiones). Además, porque como párroco en San Ignacio, debió esconder y recoger a los campesinos perseguidos y torturados por el temible régimen.
Otros lo recordarán como uno de los formadores del Seminario Mayor Nacional y del Instituto de Teología de la Universidad Católica, pero particularmente, por los debates que propiciaba contra el régimen opresor y las procesiones del silencio por los presos políticos y por la democracia. Época en que su tarea consistía “en introducir conciencia crítica en el clero”, según él.
Probablemente algunos lo llevarán muy presente por haberlos acompañado como asesor espiritual del Movimiento de Cursillos de Cristiandad o por ejercer ese mismo papel en la cárcel de mujeres (Buen Pastor).
Los ancianos del Bañado le echarán de menos, no solo porque ya no lo tendrán como compañero de almuerzo, sino por haber sido quien impulsó y creó el comedor y lugar de descanso Sagrada Familia de la parroquia Cristo Solidario, que también lo tuvo como párroco.
Nosotros lo recordaremos al padre Pepe como aquel sacerdote que, además de predicar y aconsejar, alentaba e inspiraba con su alegría, y por santificar la vida con sus actos y obras.