Decía Kant que nuestro destino era una sociedad unida en la paz perpetua. Más allá de los mecanismos políticos sugeridos por el filósofo, lo interesante de su propuesta era que entreveía una ley moral universal a la que solamente un comportamiento racional podía hacer despertar y seguir en consecuencia. Desde los tiempos de ilustrados como él, la idea de que todo aquello sospechoso de no mostrar una racionalidad canónica debía ser desterrado fue creciendo en popularidad. La religión ha sido la más impopular en este sentido. La historia está colmada de ejemplos donde lo religioso ha sido siempre un elemento de discordia, de fanatismo, que ha eliminado vidas antes que protegerlas, a pesar de tener un discurso provida.
Sin embargo, a veces hago el ejercicio de imaginar una sociedad sin religión, y me es imposible creer que estaremos mejor sin ella. Qué duda puede haber, la religión muchas veces vuelve más estúpidos a los seres humanos, pero no ha sido la única. También el poder, el dinero, la envidia, el nacionalismo, la vanagloria, la ideología han sido causa de miseria humana. ¿Tendríamos que eliminar también todos estos elementos para aspirar a una vida mejor? Puede que sí.
Aunque yo tengo mis dudas. Creo que el problema radical está en nosotros, no en las cosas o en las ideas. Sospecho que si eliminamos la religión y el resto que creemos son los culpables de tanto dolor actual, igual nos veremos enseguida envueltos en enfrentamientos. No es el lugar ni el momento para analizar las mil tesis antropológicas sobre lo humano que han regado de tinta el pensamiento occidental y oriental, pero muchos apuntan a que ontológicamente hay algo que nos lleva indefectiblemente a chocar entre nosotros mismos.
Pero no hay que llegar a lo metafísico para ello. Simplemente hay que ver lo que dicen los evolucionistas acerca del componente animal, es decir, instintivo, en nosotros; así como lo dicho por antropólogos culturales en cuanto a los mecanismos que inventamos para vivir en sociedad, pero que en el fondo lo que tratan es de domar comportamientos que indefectiblemente nos llevan como mínimo a la guerra.
Si lo ocurrido en París nos duele es porque la empatía es algo elementalmente comprobado. Pensadores como Umberto Eco o Fernando Savater proponen que por encima de las diferencias culturales, que son innegables y merecen nuestro respeto, existen signos que nos identifican como humanos. Uno de estos es justamente este dolor compartido con los franceses, que debería ser el mismo hacia otros pueblos que vienen sufriendo el terrorismo de Estado y de otro tipo desde hace incontable tiempo.
De lo que se trata es de cambiar lo que uno es, y no sé si la eliminación de la religión sea la salida. Quizá ayude. Aunque muchos dirán que simplemente buscaremos otras formas de volver a lo religioso, porque es inherente a nuestro ser. ¿Matar inocentes también lo será? Que todos los dioses no lo quieran, de lo contrario, estaremos condenados a estos actos de terror y no a la paz perpetua que profetizaba Kant.