Quizás una de las principales críticas que enfrenta el periodismo es su pasión por lo negativo, por aquellos hechos y escándalos que exponen de manera especial la miseria humana. Uno de los argumentos más esgrimidos por los defensores de esta práctica es sugerir que “es la gente la que quiere eso”, es decir, el público busca principalmente el morbo y, por ello, las empresas periodísticas no tienen más remedio que ofrecérselo. Un argumento discutible, pues está claro que, si bien esta atracción existe –aunque en diferentes niveles–, no se puede afirmar que sea un determinante absoluto en el interés de consumidor.
En una entrevista concedida el año pasado a la revista belga Tertio, el papa Francisco había pedido a la prensa “no caer –sin ofender, por favor, dijo– en la enfermedad de la coprofilia (afición a los excrementos): que es buscar comunicar siempre el escándalo, siempre las cosas feas, y aunque sean verdad”, reconociendo, al mismo tiempo que tristemente “la gente tiene la tendencia a la coprofagia (comer excrementos)”, y que ello “puede hacer mucho daño”.
Por ello, sin descuidar su rol de contralor y de caja de resonancia de reclamos, la prensa tiene la tarea de descubrir que la belleza y el bien siguen atrayendo al ser humano, pues corresponden con un misterioso deseo interior que se resiste a ser eliminado.
Por otro lado, trabajar con ideas y pensamientos que interactúan intensamente en una sociedad, administrar posturas ideológicas, así como intereses generales y también particulares, a veces enfrentados, no es cosa fácil.
Por ello el desafío básico del periodista no solo es el de formarse y tomar conciencia de la responsabilidad que tiene con cada línea que escribe o mensaje que difunde, sino también el de aprender a respetar los hechos así como son y se presentan, más allá del agrado o rechazo que le puedan provocar. El hecho, positivo o negativo, con sus datos objetivos, sigue siendo la gran riqueza del profesional de la comunicación; no manipularlo o forzarlo para lograr el titular de impacto o la sonrisa del jefe de turno, es, por tanto, el reto enorme que enfrenta diariamente. Es la realidad la que debe imponerse y no el pensamiento sobre ella. Buscar la verdad –piedra fundamental del periodismo– empieza por la aceptación del acontecimiento y sus matices, al que debe sumarse una mirada revolucionaria, la de reconocer al semejante como un bien, con su dignidad ontológica y valor insondable, añadiendo la opinión que sea, pero alejada de la información, y dando a cada uno su espacio, mediante un esfuerzo honesto y responsable. Un ideal difícil de practicar, pero al que nunca debemos dejar de apuntar.