25 abr. 2024

El perdón ilimitado

Hoy meditamos el Evangelio según San Mateo 18, 21-35. Examinemos hoy si guardamos en el corazón algún agravio, algo de rencor por una injuria real o imaginada. Pensemos si nuestro perdón es rápido, sincero, de corazón, y si pedimos al Señor por aquellas personas que, quizá sin darse cuenta, nos hicieron algún daño o nos ofendieron. «Cincuenta mil enojos que te hagan, tantos has de perdonar (...). Más adelante ha de ir tu paciencia que su malicia; antes se ha decansar el otro de hacerte mal que tú de sufrirlo».

El Papa a propósito del Evangelio de hoy dijo: “«Pedir perdón no es un simple pedir disculpas». No es fácil, así como «no es fácil recibir el perdón de Dios: no porque Él no quiera dárnoslo, sino porque nosotros cerramos la puerta no perdonando» a los demás.

El pasaje de San Mateo (18, 21-35) llevó al papa Francisco a afrontar la otra cara del perdón: del perdón que se pide a Dios al perdón que se ofrece a los hermanos. Pedro plantea una pregunta a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo?».

En el Evangelio «no son muchos los momentos en los que una persona pide perdón», explicó el Papa, recordando algunos de estos episodios. Está, por ejemplo, «la pecadora que llora sobre los pies de Jesús, lava los pies con sus lágrimas y los seca con sus cabellos»: en ese caso, dijo el Pontífice, «la mujer había pecado mucho, había amado mucho y pide perdón». Luego se podría recordar el episodio en el que Pedro, «tras la pesca milagrosa, dice a Jesús: “Aléjate de mí, que soy un pecador”»: allí él «se da cuenta de que no se había equivocado, que había otra cosa dentro de él». Se puede volver a pensar en el momento en el que «Pedro llora, la noche del Jueves Santo, cuando Jesús lo mira».

En todo caso, son «pocos los momentos en los que se pide perdón». Pero en el pasaje propuesto por la liturgia Pedro pregunta al Señor cuál debe ser la medida de nuestro perdón: «¿Solo siete veces?». Jesús responde al apóstol «con un juego de palabras que significa “siempre”: setenta veces siete, es decir, tú debes perdonar siempre». Aquí, subrayó el Papa, «perdonar», no solo pedir disculpas por un error: perdonar «a quien me ha ofendido, a quien me hizo mal, a quien con su maldad hirió mi vida”.

¿Cuál es la medida de mi perdón? La respuesta puede venir de la parábola, la del hombre «a quien se le perdonó mucho, mucho, mucho dinero, millones», y que luego, bien «contento» con su perdón, salió y «encontró a un compañero que tal vez tenía una deuda de 5 euros y lo mandó a la cárcel». Ejemplo claro: «Si yo no soy capaz de perdonar, no soy capaz de pedir perdón». Por ello «Jesús nos enseña a rezar así al Padre: “Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

¿Qué significa en concreto? El Papa respondió imaginando el diálogo con un penitente: «Pero, padre, yo me confieso, voy a confesarme... ¿Y qué haces primero de confesarte? Pienso en las cosas que hice mal. Está bien. Luego pido perdón al Señor y prometo no volver hacerlo... Bien. ¿Y luego vas al sacerdote?». Pero antes «te falta una cosa: ¿has perdonado a los que te han hecho mal?». Si la oración que se nos ha sugerido es: «Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los demás», sabemos que «el perdón que Dios te dará» requiere «el perdón que tu das a los demás».

El Papa resumió así la meditación: ante todo, «pedir perdón no es un simple pedir disculpas» sino que «es ser consciente del pecado, de la idolatría que construí, de las muchas idolatrías»; en segundo lugar, «Dios siempre perdona, siempre», pero pide que también yo perdone, porque «si yo no perdono», en cierto sentido es como si cerrase «la puerta al perdón de Dios». Una puerta, en cambio, que debemos mantener abierta: dejemos entrar el perdón de Dios para perdonar a los demás”.

( Del libro Hablar con Dios y https://w2.vatican.va).