Múltiples y harto fundados son los motivos que me llevan a creer que el actual ministro de Relaciones Exteriores es el peor que conoció la historia de la República del Paraguay. En dos, sin embargo, me detendré para explicar mi aserto.
Se trata de dos elementos de suficiente peso como para hacer de Eladio Loizaga, alias Llollo, un canciller bastante menos respetable que –cuando menos– Luis María Argaña, Alexis Frutos Vaesken, Diógenes Martínez, Luis María Ramírez Boettner, Rubén Melgarejo, Dido Florentín, Miguel Abdón Saguier, José Félix Fernández, Juan Esteban Aguirre, José Antonio Moreno, Leila Rachid, Rubén Ramírez, Alejandro Hamed, Héctor Lacognata, Jorge Lara Castro, y otra vez José Félix Fernández; sus antecesores inmediatos de la era democrática.
El primero de ellos es poner en riesgo la seguridad de todo el pueblo paraguayo al no oponerse de manera activa, sistemática e inclaudicable al proyecto argentino de instalación de una planta nuclear en la provincia de Formosa.
La semana pasada fuimos sorprendidos por un grave accidente en un depósito de transformadores de la ANDE que podría haber tenido derivaciones sumamente comprometedoras para la salud de quienes viven en varios kilómetros a la redonda.
Un eventual siniestro en la planta que los argentinos planean instalar, sin embargo –violando el art. 17 de la Convención sobre Seguridad Nuclear–, supondría efectos devastadores para la población. Dramáticos, además, por el hecho de que ni siquiera percibiríamos de manera directa el resultado inmediato que generaría una fuga de uranio en la instalación en cuestión. Para ilustrarse, les invito a leer el libro de la recientemente galardonada Premio Nobel de Literatura, Svetlana Aleksiévich, Voces de Chernóbil. Crónica del futuro, a fin de calibrar la dimensión de la amenaza que se cierne sobre nosotros.
El segundo es el caso de la estafa de Gustavo Gramont Berres. Dos años y medio lleva Loizaga instalado cómodamente en el sillón de José Berges sin haber movido un solo dedo para evitar que la República fuese enjuiciada en tribunales estadounidenses en reclamo de un monto varias veces millonario, merced a la estafa del embajador itinerante de su ex jefe, Stroessner.
Si viviésemos en épocas de López, es probable que Llollo corriera similar suerte a la de Berges. Pero ya que tiene la fortuna de vivir en otro tiempo, y en vista de que no piensa moverse de la placentera posición que ocupa, es menester denunciarlo, para que el país y el mundo conozcan la clase de canciller que des-representa a la Nación.