Eran muy poco en relación con tantos como andaban hambrientos después de una larga jornada, pero era la parte que habían de poner ellos para que el milagro se realizara.
El Señor hace que los fracasos en el apostolado (una persona que no responde, que vuelve la espalda, las negativas reiteradas a dar un paso adelante en su camino hacia Dios...) nos santifiquen y santifiquen; nada se perderá.
Lo que no puede dar fruto son las omisiones y los retrasos, el dejar de hacer porque parezca que es poco lo que podemos o que es mucha la resistencia del ambiente al mensaje de Cristo.
El Señor quiere que pongamos los pocos panes y peces que siempre tenemos y que confiemos en Él con rectitud de intención. Unos frutos llegarán enseguida, otros los reserva el Señor para el momento y la ocasión oportuna, que Él bien conoce; siempre llegarán. El optimismo del cristiano se afianza fuertemente con la oración: «No es un optimismo dulzón, ni tampoco una confianza humana en que todo saldrá bien».
El papa Francisco, a propósito del evangelio de hoy, dijo: “Cristo presente en medio de nosotros, en el signo del pan y del vino, exige que la fuerza del amor supere cada laceración, y al mismo tiempo que se convierta en comunión con el pobre, apoyado por el débil, atención fraterna a cuántos les cuesta sostener el peso de la vida cotidiana.
Nos disgregamos cuando no somos dóciles a la palabra del Señor, cuando no vivimos la fraternidad entre nosotros, cuando competimos para ocupar los primeros puestos, cuando no encontramos la valentía de testimoniar la caridad, cuando no somos capaces de ofrecer esperanza. La eucaristía nos permite no disgregarnos porque es vínculo de comunión, es cumplimiento de la alianza, signo viviente del amor de Cristo que se ha humillado e inmolado para que nosotros permaneciéramos unidos. Participando en la eucaristía y nutriéndonos de ella, estamos dentro de un camino que no admite divisiones”.
(Del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal, y http://es.catholic.net)